Alrededor de las relaciones dominicohaitianas, históricamente han existido dos tipos de dominicanos: los haitianofóbicos y haitianofílicos.
Los primeros, movidos por un sentimiento racista que raya en lo patológico, odian todo lo que se refiera al pueblo haitiano. Rechazan, discriminan y odian a los nacidos en la vecina nación antillana, así como a los hijos de padres haitianos que nacieron, crecieron y siempre han vivido en la República Dominicana. Se reconocen estos por exhibir un discurso altamente “patriotero” y un “ultranacionalismo” que no sienten ni coincide con su histórico accionar casi siempre en perjuicio de la patria.
Se reconocen igualmente porque suelen ser bastante complacientes, indiferentes, entreguistas o muy poco les importa cuando es otra nación, especialmente Estados Unidos, la que afecta los intereses de nuestro país. A la cabeza de este grupo merecen citarse el diputado Pelegrín Castillo, a su padre, el “archipatriota” Vincho Castillo y al reconocido intelectual Manuel Núñez. Si Joaquín Balaguer estuviera vivo, indiscutiblemente, encabezara la lista.
Los segundos, por el contrario, son ciegos defensores de lo haitiano y los haitianos. Todo lo que tenga que ver con la tierra de Dessalines lo ven con los ojos de la piedad y la misericordia. Por eso justifican todo acto en que un haitiano incurra, ya sea legal o ilegal, no importa que perjudique o beneficie a la República Dominicana. Entienden que debido a la extrema pobreza que caracteriza a Haití, a sus nacionales, todo tenemos que permitírselos. Se oponen rabiosamente a las deportaciones de haitianos ilegales, como hace Estado Unidos con los dominicanos en semejante status, y hasta crean situaciones de presión para obligar a las autoridades dominicanas a que acepten la entrada de haitianos desprovistos de la documentación legal correspondiente.
Tal es el nivel de su haitianofilia o pasión por lo haitiano, que en ocasiones no sabemos por quién sienten más amor, si por su patria dominicana o por la patria haitiana. A la cabeza de este grupo, merece citarse al cura Regino Martínez, posiblemente, el más convencido haitianófilo dominicano de todos los tiempos.
Una y otra conducta son muy negativas y bastante afectan las armónicas relaciones que deberían existir entre dos naciones hermanas que comparten una misma isla. Los problemas derivados de esas relaciones deben enfrentarse orientados por los mandatos del cerebro, no del corazón, esto es, lo racional debe imponerse a lo sentimental; pues como ha de saberse, la pasión opera como un manto opaco que nos impide percibir o ver la realidad tal como es.
La polémica sentencia del Tribunal Constitucional ha contribuido a “desempolvar” como nunca a estas dos clases de apasionados dominicanos: los haitianfóbicos o antihaitianos y los haitianofílicos o ciegos defensores del pueblo haitiano.
Vale aclarar, sin embargo, que son muchos los dominicanos y no dominicanos que se han valido del anti y prohaitianismo para lucrarse y amasar fortunas. Esos ciudadanos, en lugar de luchar para que entre los dos pueblos existan cordiales relaciones, estarán siempre atentos para encender la mecha de la discordia.
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