(Con motivo del 150 aniversario de su fundación)
Por:
DOMINGO CABA RAMOS
Manuel de Jesús Peña y Reynoso, maestro, periodista, combatiente, político, poeta, ensayista y crítico literario, nació en Licey al Medio, Santiago, el 2 de diciembre de 1934 y falleció en La Habana, el 3 de agosto de 1915. A los veintitrés años de edad, en 1957, emigró a Santiago de Cuba, en donde además de trabajar como profesor, se sumó a la lucha independentista contra el imperio español, y merced a esta bélica campaña, le correspondió combatir y logró ascender hasta ocupar el privilegiado cargo de secretario particular de los líderes Carlos Manuel de Céspedes y de su compatriota, el general Máximo Gómez.
En 1973
retornó a su suelo nativo y fijó residencia en su «patria en la patria»
como afectivamente él denominaba a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Fue
tal el sombrío panorama educativo y cultural que al llegar a esta encontró, que
muy pronto concibió la idea que todas esas «breñas en el
campo intelectual de nuestra pobre patria…» solo era posible
iluminarlas mediante la puesta en práctica de un cívico y educativo plan
encaminado a fundar nuevas escuelas, eliminar el desorden reinante en las ya
existentes y dotar a la prensa de mayor vida, dinamismo y libertad.
Merced a
esa cívica, educativa y cultural visión, Peña y Reynoso fundó y dirigió numerosos
centros docentes, no solo en Santiago, sino también en Puerto Plata,
Montecristi y Santo Domingo. E igualmente fundó y dirigió en Santiago varios
periódicos, tales como El Eco del Yaque (1875), El Cibaeño (1875) La
situación (1876) y La Esperanza (1880). En Santo Domingo, además, colaboró con
El Listín Diario y El Oasis y con El Porvenir, en Puerto Plata.
Aparte de
su fecunda e intensa campaña docente y periodística, Peña y Reynoso supo
proyectar luz con su no menos importante labor literaria, expresada a través de
su producción poética y sus trabajos de crítica literaria. Se trata de una
labor en la que la proyección del sentimiento, propia de la expresión
artística, apenas late o parece sucumbir ante el didáctico empuje de la prosa
que orienta y el verso que edifica. Como a propósito, y refiriéndose a su labor
poética, escribe Joaquín Balaguer en su Historia de la literatura dominicana:
«Si por
algo ha de perdurar en la historia de nuestra poesía, el nombre de Manuel de
Jesús de Peña y Reynoso, no es seguramente por lo que su obra, tan pobre de
verdadero sentimiento lírico, representa en sí misma, sino más bien por lo que
ella significa como expresión de una de las más firmes y persistentes
vocaciones con que han contado hasta hoy en el país el civismo y la enseñanza…» (1992 :153)
Pero
independientemente de los aportes culturales antes citados, la obra magna del
maestro Peña y Reynoso, o la que corona su ideal de “elevación moral e
intelectual” de los dominicanos a través de la educación es la fundación
del Ateneo Amantes de la luz el día 4 de junio de 1874. Y desde que las puertas
de este se abrieron al público, tres meses después, el 13 de septiembre, de
manera ininterrumpida ha ofrecido sus servicios a Santiago, al Cibao y al país.
De esa manera, en el presente mes se ha estado celebrando el ciento cuenta
aniversario de la fundación de una las más antiguas y archiprestigiosas
instituciones culturales de la República Dominicana. Una magna obra creada, al
decir de su fundador «para no envejecer en medio de la opresión, de la
guerra civil, de la miseria, de la vergüenza…, y principalmente para ilustrar a
los más jóvenes de su generación que eran los llamados a regir los destinos de
la patria»
Pienso
que, en estos ciento cincuenta años de vida institucional, los propósitos que
dieron origen al Ateneo Amantes de la luz, se han logrado mucho más allá de los
que quizás deseaban materializar Peña y Reynoso y demás gestores.
Pienso
que más que «amantes de la luz», sus fundadores fueron verdaderos creadores de luces
intelectuales, científicas, educativas y culturales.
Pienso que
más que amar la luz, Peña y Reynoso y todos sus colaboradores contribuyeron a
preñar de luz el camino que conduce al conocimiento, a la investigación, a la
creación y a la configuración de una nueva visión de la sociedad dominicana en
particular y del mundo en general.
Pienso que
tanto en el pasado como en el presente accionar del Ateneo prestigian el
contenido del lema plasmado galantemente en el borde de su escudo: LUZ,
PROGRESO Y HARMOANÍA
Pienso,
finalmente, que más allá del simple sentimiento de «amar la luz», los amantes
de la luz de 1874 contribuyeron con la creación de su histórico y productivo
ateneo a iluminar las mentes de los miles de estudiantes, profesionales,
lectores e investigadores que han ido a parar a sus salas tras la búsqueda del
dato o de la imagen que posiblemente solo en su biblioteca o en su hemeroteca
puedan encontrarse.
¡Muchas
felicidades! para esta centenaria y superdistinguida institución educativa y
cultural, orgullo para Santiago y el resto del país. Y nuestro reconocimiento,
igualmente, para sus actuales socios y directivos, encabezados por el dinámico
comunicador, abogado y profesor universitario, Carlos Manuel Estrella.
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