Por: DOMINGO CABA RAMOS
La historia de la narración de béisbol de
invierno en la República Dominicana, parece dividirse en dos períodos
caracterizados, naturalmente, por igual número de estilos narrativos muy
diferentes: la era en que, sin descuidar la amenidad, al narrar imperaba la
mesura, el respeto, lo técnico y lo profesional y el momento actual, en el que
predomina el sensacionalismo absurdo, la fraseología apestante y la chercha
insustancial.
En el primer grupo, necesariamente, debemos incluir a los grandes maestros de
esta vertiente de la locución, quienes con su particular estilo, dieron
cátedras de cómo debía describirse un «juego de pelota». Nos referimos, obviamente,
entre otros, a Lilín Díaz, Billy Berroa, Félix Acosta Núñez y don Papi Pimentel.
La línea profesional de estos íconos de la
narración deportiva ha sido agraciadamente continuada, en la actualidad, por
otros excelentes narradores, a la cabeza de los cuales merece citarse a don Mendy
López, a quien con justicia tenemos que considerarlo como el más grande
narrador dominicano de los últimos tiempos.
Narrar un juego de béisbol es un oficio serio, aunque divertido; un ejercicio lingüísticamente
profesional y artísticamente descriptivo, como magistralmente procedían en
tiempos pasados los maestros de la palabra precitados.
«Chabacanear» la narración es,
por el contrario, convertir en «relajo» un trabajo que, si bien debe recrear espiritualmente,
en él tiene que primar la mesura y el peso profesional. Es, además de
irrespetar al fanático, a la LIDOM y al torneo mismo, reducir o restarle valor a
la tradición que en la República Dominicana entraña el beisbol
Un buen narrador, aunque simpatice y reciba pago del equipo para el cual trabaja,
tiene que ser objetivo, controlar sus emociones y actuar por encima de su
fanatismo. Debe entender que más que narrador, es un cronista y, en tanto
cronista, está obligado a describir de manera desapasionada todo lo que ocurre
en el terreno de juego. Y al detallar las atléticas acciones, debe hacerlo con
emoción, no importa quién sea o a qué equipo favorezca la jugada que se
describe.
Y, lo que es más importante, debe poseer plena conciencia de que es un
narrador deportivo y no el animador de un show artístico u humorístico que a
toda costa intenta impactar o provocar risa, ya sea mediante el uso de un tono
sensacionalista o de un abultamiento fraseológico que empalaga y le imprime un
sello altamente disparatoso a la noble labor que realiza. Por último, debe
entender que el verdadero protagonista es el atleta que realiza la jugada en el
terreno de juego, no quien la narra o describe en el interior de una cabina de
radio o televisión.
En relación con la fraseología exagerada, se tiene la errada percepción de que
mientras mayor sea el número de frases empleadas al narrar, más amena y
divertida resulta la narración. Y nada más falso. Para ilustrar, vale recordar lo
relajante que resultaba escuchar a Félix Acosta Núñez, Billy Berroa, Lilín Díaz
y Papi Pimentel, cuyo repertorio fraseológico que caracterizaba el estilo de
cada uno, no superaba las seis frases. Fraseología esta, no creada previamente,
sino que surgía como resultado de la emoción del momento. A tono con este
juicio, hoy nos encontramos con narradores en cuya carpeta de trabajo se
registran más de setenta frases, la mayoría de las cuales, como guion para
futura representación de una obra teatral, fueron concebidas muchos meses antes
del inicio de la invernal competencia.
Quizás debido a esa falsa percepción es que algunos exponentes de la moderna
cosecha de narradores incluyen todos los años nuevas y abundantes frases en su
quehacer narrativo. Y esto se debe, además, a que semejante conducta resulta
reforzada (Condicionamiento operante) por fanáticos que hasta en las letras de
nuestros merengues incluyen tales expresiones.
Es verdad que la dialéctica establece que todo cambia, nada es permanente, todo
se transforma; pero el cambio dialéctico debe apuntar siempre hacia lo
positivo, a la superación, pues de lo contrario, lo que se espera que sea una
auténtica evolución se convierte entonces en un verdadero retroceso, en una real
involución.
En tal virtud, entendemos que el sensacionalismo absurdo, el fanatismo
irracional, la chercha insustancial y la fraseología apestante, por abultada,
son rasgos que le restan gracias, seriedad y profesionalidad a la narración
deportiva; pero muy especialmente a la narración de la disciplina que ha sido
considerada como nuestro pasatiempo favorito: el béisbol.
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