Por : Domingo Caba Ramos
Josè Luis Perales
Esta noche (10/2/2017) José Luis
Perales canta en el Anfiteatro “Nurìn Sanlley”, de Santo Domingo. La presencia
de este cantautor, músico, productor y escritor español honra a la capital
dominicana en particular y a nuestro país en general.
Por primera vez vino al
país en 1995. Allí estaba yo, en el Teatro Nacional. No cabía uno más. La
emoción desbordada y el ímpetu de los aplausos parecían quebrar la sólida
estructura del imponente templo del arte. Un público compuesto por personas de
las más diversas edades (niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos…) y que desde
principio hasta el final del concierto no paró de aplaudir.Casi al filo de la medianoche, ocurrió un hecho, tierno, emotivo y
paternal que originó el más estruendoso de los aplausos :en uno de los
balcones laterales, a una niña de unos once años el corazoncito casi se
le salía del cuerpo. Perales le solicitó que bajara al escenario y,
abrazada a su frágil anatomía, cantó con y para ella “Que canten los
niños”
Un año después, 1996, vuelve al Teatro Nacional, y allí estaba yo. El mismo lleno, el mismo júbilo, los mismos aplausos, la misma emoción…
En el 2001 se presenta
por tercera ocasión en el país, esta vez en el Gran Teatro del Cibao, y la
historia se repite: allí estaba yo. Un majestuoso
concierto ante un público que deliraba de alegría. Vino esa vez a presentar su más reciente producción del momento:
“Me han contado que existe un paraíso”
En el 2013, por cuarta
vez, volvió y se presentó con igual éxito en el Centro Español, de Santiago. No
estuve presente, pero me informaron que todo fue apoteósico.
Con la de hoy suman cinco
las veces que este popular y archiadmirado artista se presenta en una sala de espectáculos de la
República Dominicana, un país donde admiradores de todas las edades esperan
siempre jubilosos su llegada.
JOSE LUIS PERALES:
AUTOBIOGRAFÍA
Primeros pasos
«Mi
infancia transcurrió en Castejón, un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca,
donde nací el 18 de enero de 1945. Desde niño aprendí a amar la música,
abrazando mi primer instrumento musical: el laúd con el que
formé parte de la rondalla del pueblo. Dicen mis amigos de entonces que en
la clase de solfeo fui un alumno aventajado. Creo que llevaban razón. Todavía
hoy conservo en la memoria la melodía de alguna de aquellas lecciones.
Fui
el tercero de cuatro hermanos y el único varón, por tanto supongo que bastante
consentido. A los trece años salí de Castejón para estudiar en la Universidad
Laboral de Sevilla. Reconozco que no fui brillante, estudié lo justo para sacar
adelante durante siete años la beca que disfrutaba, ya que mi familia no
disponía de demasiados recursos económicos. Estudié electrónica y nunca tuve
vocación de ingeniero, y un día, por culpa de la música, interrumpí mis
estudios.
En aquel colegio tuve la fortuna de conocer la música en estado puro. Un cuarteto de cámara nos regalaba algún que otro concierto y nos educó el oído y el alma para percibir cada matiz de unas partituras escritas por los clásicos y que disfrutábamos con verdadera pasión.
Con otros compañeros, formamos un grupo musical, The Lunic Boys, influenciados por los grupos que entonces escuchábamos en la radio. Compaginábamos las clases con los ensayos en un pequeño cuarto que los curas nos proporcionaron, y las guitarras nos las fabricamos nosotros mismos en los talleres de la universidad.
Mi primer premio llegó con motivo de uno de los festivales de música que se celebraba cada año en la plaza de la Universidad, interpretando con una melódica la canción Orfeo Negro. Era una copa que soñaba ser de plata sobre una peana de plástico marrón, que delataba su verdadero origen, y que lejos de servir para celebrar el triunfo, sirvió, una vez llena de un barato vino espumoso, para proporcionarnos nuestra primera borrachera de éxito.
Como si de un juego de magia se tratara, se me pasó el tiempo del colegio y me encontré en Madrid, para continuar los estudios de electrónica, que definitivamente nunca terminé. Trabajé para sobrevivir, y poco a poco la música, una vez más, me llevó de la mano a cualquier lugar donde un músico, un cantante, o un artista cualquiera, dejara escapar el alma en sus acordes o en sus voces»
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