Por: Domingo Caba Ramos
Según el diccionario académico, fanatismo es el “Apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas”
Y en cuanto al térmico “fanático”, este se define como:
1. Persona «Que actúa con fanatismo»
2. Individuo « Preocupado o entusiasmado exageradamente por algo»
También se aplica esta voz a la persona que defiende con entusiasmo, apasionamiento y celos desmedidos creencias u opiniones. Fanático es el individuo que cree ciegamente en algo o en alguien.
En el fanatismo, especialmente el político y el religioso – afirmo yo – la razón no cuenta. El juicio crítico brilla por su ausencia. Todo se reduce al sentimiento, a la pasión, a la creencia ciega y a la impresión exenta de fundamentación lógica. Esto quiere decir, que al verdadero fanático se le cierran las puertas de la razón y se le abren las ventanas de la pasión.
El fanático cree porque cree, porque alguien (un líder) lo ha enseñado a creer o lo ha convencido de que debe creer. De ahí que un auténtico fanático es, por naturaleza, intransigente, intolerante, soberbio, dogmático, autoritario y violento. Su verdad es la verdad. Una verdad que no admite discusión ni cuestionamiento alguno y que por diferentes vías se les quiere imponer a los demás...
Por eso todo aquel que piense como él, tendrá siempre importancia y valor; mas quien se atreva a contradecirlo, de inmediato será satanizado o considerado como lo peor que existe en el universo. Para este, para el opositor, nunca habrá elogios o luces qué destacar, pues hacerlo, al pensar del fanático, parecería “coincidir con el enemigo”. Su mente ha sido programada para creer y repetir irracionalmente todo lo que oye de sus líderes, para nunca ver sombras, sino luces en todo lo que se relaciona con su grupo o partido , y para nunca ver luces, sino sombras en el grupo o partido contrario.
Todo lo expresado en el párrafo anterior significa que para el fanático, la bondad es relativa. Quien pertenezca a su partido o corriente de opinión es necesariamente bueno, y quien sea miembro o militante de un grupo opuesto al suyo, tiene que ser malo por naturaleza. Al adversario, por el simple hecho de serlo, el fanático entiende que nada de importancia posee que se le pueda reconocer, vale decir, siempre lo considerará un ser sin luces, aborrecible, abarrotado de manchas y carente por completo de valores positivos. Cual loro parlanchín, el ser fanatizado es muy dado a leer y escuchar lo que dicen los jefes y miembros destacados de su parcela, para luego, de manera impensable, repetirlo tal y cual.
Por eso siempre he considerado que con el fanático no se debe discutir. Discutir es una práctica discursiva de un alto sentido racional que tiene como fin convencer o ser convencido. Como en el fanático lo racional y el pensamiento lógico brillan por su ausencia, cuando discute, lo hace siempre apoyado en la pasión y la creencia, muy convencido de que su punto de vista es único verdadero, y merced a esta dogmatica concepción, suele apelar al archifamoso argumento Ad Hominem (argumento contra el hombre), y así, en lugar de combatir el punto de vista contrario, prefiere hacerlo contra la persona que lo sustenta, descalificándola, insultándola o injuriándola. Este proceder origina el que a un fanático, fundamentalmente el político y el religioso, resulte mucho más que difícil convencerlo por vía de la razón.
Para el fanático, y debido a la misma irracionalidad que norma su conducta, vale más la idea que defiende que el ser humano que lo rodea. En tal virtud, ofender, agredir, enemistarse y hasta eliminar físicamente a un pariente, amigo o relacionado es bastante común, especialmente en las contiendas electorales.
Sirvan estas breves reflexiones ahora que en la República Dominicana estamos en campaña electoral o en un momento en que las pasiones se encienden y desbordan cada día más como resultado de la proximidad de las elecciones nacionales.
viernes, 1 de abril de 2016
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