Por: Domingo Caba Ramos
Mí apreciado amigo:
He notado con gran preocupación que cuando usted habla con los demás no hay manera de que se desconté de su aparato celular. A tal extremo ha llegado su manía, enfermedad telefónica o telefomanía que de usted se afirma, irónicamente, que anda con el celular grapado en sus manos.
En tal virtud, me permito recomendarle que cuando se encuentre compartiendo entre amigos o familiares, por favor, controle sus impulsos y guarde y/o apague su adoradísimo celular.
No es posible que mientras los demás conversan animadamente, usted esté chateando, leyendo mensajes y viendo fotos. Cuando así actúa, usted les está diciendo a los otros: “No me importa ni me interesa lo que están hablando”, y, peor aún, está dando muestras de que es usted una persona muy descortés, mala educada, imprudente, antisocial y con un fatal e inadecuado manejo de las relaciones humanas.
Debo recordarle, mi muy enfermo y telefomaníaco amigo, que nada satisface o agrada más al que habla que sentirse escuchado, atendido. Por tal razón, si usted oye la alarma indicadora de que un nuevo mensaje ha llegado a su celular, por favor, no se ponga loco, controle sus nervios y, salvo que se trate de un asunto de emergencia acerca del cual se espera informe, deje para el momento oportuno la lectura de dicho mensaje y continúe hablando de manera normal con el o los amigos que tiene a su frente. Piense que el mundo no se acabará si usted lee y responde más tarde el mensaje recibido.
En otras palabras, es sumamente desagradable conversar con alguien que cada minuto tiene que estar respondiendo una llamada y sobando o frotando sus dedos en la pantalla cuasi “sacrosanta” de un “bendito” celular.
Piense que sus manos le agradecerían inmensamente el que usted las deje libres aunque sea por breves minutos. Cuando sepa que va conversar o a escuchar a otros, por favor guarde el “bendito” aparato, ya sea en el bolsillo, en la cartera o, sencillamente, déjelo en el vehículo. Si al proceder así la ansiedad no lo deja en paz, entonces tal vez convenga que antes del encuentro visite a su médico siquiatra para que le indique la pastilla correspondiente.
No es posible, mi tecnomaníaco amigo, que cuando alguien dicta una charla, pronuncia un discurso, explica un proceso o imparte clases en el aula, usted, en lugar de escuchar con atención, permanezca todo el tiempo bestialmente indiferente observando fotos, leyendo y contestando mensajes.
No es posible, mi enfermo amigo , que cuando usted reciba una llamada telefónica interrumpa de inmediato el diálogo con la persona presente para iniciar una larga conversación con el hablante ausente.
En el acto comunicativo, no es posible que para usted tenga menos importancia el hablante presente que el interlocutor ausente.
No es posible, en fin, que usted continúe actuando imprudentemente o irrespetando a unos interlocutores a los que ni siquiera sus rostros suele verles por tener el suyo casi siempre fijo o “clavado” en la pantalla de su archivenerado equipo celular.
jueves, 14 de enero de 2016
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