Por: Domingo Caba Ramos.
«Una de las artes más difíciles es saber escuchar. Cuesta mucho hablar bien; pero cuesta tanto el escuchar con discreción»
(Azorín)
A usted, mi apreciado “telefomaníaco”, quizás nadie se lo ha dicho; pero sepa que es desagradable conversar con alguien que no te mira de frente por estar chateando, leyendo mensajes, realizando y recibiendo llamadas o manipulando eternamente un “bendito” aparato celular.
En mi humilde léxico, a eso yo le llamo imprudencia, irrespeto, descortesía y mala educación.
Yo sé que usted es adicto o enfermo tecnológico y que, merced a esa adicción o patología, se le hace mucho más que difícil desprenderse del “bendito” aparato en el momento que el otro espera que se le escuche con atención.
Y por esa razón, es posible que olvide que cuando usted le presta atención a quien le habla, su interlocutor se siente honrado, prestigiado, reconocido y respetado.
Olvida, talvez, que los grandes líderes son muy buenos y grandes escuchadores. Olvida que solo los seres indeseables, con alto nivel de deformación, mala educación, egocentrismo o desinterés por el prójimo son capaces de no parar de accionar un teléfono celular, ni levantar la cabeza mientras otros conversan con ellos.
Y olvida, por último, que desde el momento en que usted empieza a chatear, leer mensajes, realizar y recibir llamadas mientras el otro le habla, sencilla y mudamente le está diciendo a su interlocutor : cállate,¡por Dios!, pues lo que dices no me interesa.
Azorín, el célebre escritor español, miembro de la Generación del 98, describió tres mañas en el arte de escuchar:
1) Hablar sin parar y no permitir que el otro haga uso de la palabra.
2) Callar solo por breves segundos, procediendo acto seguido a interrumpir al otro en el mismo momento en que este comienza a hablar.
3) Mostrase inquieto y nervioso mientras el otro habla, estado revelador de que solo importa lo que se pretende decir y no lo que se debe escuchar.
“Chatear” o leer mensajes en la pantalla de un equipo celular en el momento de la conversación, parece ser la última maña en el difícil arte de escuchar. A quienes así se comportan, talvez convenga recordarle el consejo de Azorín:
«Cuando se hable en corro o frente a frente, a solas con un amigo, dejemos que nuestro interlocutor exponga su pensamiento; estemos atento a todas las particularidades; no hagamos con nuestros gestos que apresure o compendie la narración. Luego, cuando calle, contestemos acorde a lo manifestado, sin los saltos e incongruencia de los que no han escuchado bien. Si es persona de calidad a quien nosotros queremos agradar aquella con quien hablamos, demostrémosle que tomamos grande gusto en lo que ella nos va diciendo»
jueves, 26 de marzo de 2015
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