viernes, 12 de diciembre de 2014
EL USO DE LA LENGUA EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Por: Domingo Caba Ramos.
“Colocar al frente de un programa de radio o de televisión a un discapacitado lingüístico es como poner de inspector de semáforos a un daltónico…”
(Pedro Luis Barcia)
Contrario a lo que debería ser su verdadera función, en el uso cotidiano de la lengua en nuestros medios de comunicación se leen y escuchan las más sorprendentes y hasta jocosas irregularidades léxicas, ortológicas, semánticas, sintácticas y morfológicas. Imperan en ellos los vulgarismos, novismos, el estilo coloquial y frases que se apartan por completo del registro estándar de la lengua. Medios en los que a la hora de informar se prestigia el contenido y descuida la forma, creando así las condiciones para que los hablantes copien e integren a su caudal lingüístico los frecuentes desatinos que a través de ellos leemos y escuchamos.
La radio, la prensa y la televisión, más que formar prefieren adaptarse lingüísticamente al lector, y, merced a este proceder, en los comunicadores nuestros prima la idea de que se debe hablar y escribir para los iletrados, imitar su lengua, emplear su sociolecto, esto es , utilizar siempre la norma popular o las formas expresivas de los sectores menos instruidos. Para llevar a cabo su “función orientadora”, los usos lingüísticos que se prestigian son, extrañamente, los correspondientes a los hablantes que poseen más bajo nivel de escolaridad.
De ahí que en la cabina de radio y televisión se hable como si se estuviera en el banco del parque o en la esquina del barrio. Tan preocupante realidad se pone de manifiesto tanto en la comunicación oral como escrita.
Para comprobar los desajustes expresivos de la lengua oral basta escuchar uno que otro de los tantos programas de opinión que se transmiten en nuestro país. En estos espacios se oye de todo: gritos, amenazas, insultos, injurias, pronunciación desastrosa, vulgaridades. Quien así lo desee confirmar solo tiene que escuchar, por ejemplo, las inconductas verbales del principal actor del programa de radio “El gobierno de la mañana”, que se difunde de lunes a viernes por la emisora Z -101. Un ejemplo basta para ilustrar:
«No joda ombe, coño… Se va a joder el programa por la politiquería de estos dos intolerantes, soberbios y engreídos… En Martínez Pozo y José Laluz yo me cago en ellos, coño… Espérenme en el parqueo, jijos e putas…»
En parecidos términos se expresa la regidora y periodista que en la misma estación radial labora en un programa que se transmite en horas de la tarde .
Un popular comunicador de Santiago, apelando a un código de expresión muy particular, pintoresco y, en cierto modo conceptualmente distorsionador, en su muy escuchado programa de radio, en lugar de “mataron a un ladrón”, prefiere informar que: “Calimbaron a un ladrón …”. En vez de “la camioneta iba llena de personas”, se le escuchará decir que « la camioneta iba "timbí” de personas» Y en vez de informar que a un ciudadano le robaron, dirá que a esa persona “le cantaron bingo”
Pero no solo los productores de programas de radio y televisión hieren nuestros tímpanos con sus insultos y términos descalificadores.
Hasta los líderes religiosos también se desplazan por esos escabrosos senderos de la lengua. Como desafortunadamente procedió recientemente el máximo representante de la Iglesia católica dominicana al calificar a uno de sus pastores de “sinvergüenza”, “chusma”, “estúpido”, “perverso”, “lacra”, “cretino”, “pelafustán”, “vil”, “bestia” e “inescrupuloso”.
Debido al fuerte influjo que ejercen en la sociedad, los profesionales de la información deberían manejar con mayor prudencia y cuidado el idioma. Deberían tener presente que su conducta lingüística se constituye en un marco de referencia, susceptible de ser imitada. Tal y como señala Salvador Gutiérrez, miembro de la Real Academia Española:
“Existe una tendencia a tomar como referencia a quienes nos hablan a través de un periódico, de una radio o de un libro. Los periodistas tienen una mayor responsabilidad sobre el uso del lenguaje porque sus palabras tienen también una mayor repercusión social”.
En la comunicación escrita el problema es tan grave como en la oral. Si leemos con detenimiento los diferentes diarios que circulan en nuestro país, fácilmente descubriremos los gazapos o errores gramaticales que en esos medios se publican.
Discordancias, faltas ortográficas, errores conceptuales, uso inadecuado de los signos de puntuación, corte indebido de palabras al final del renglón y la presencia de frases ambiguas o pleonásticas, se destacan entre las más frecuentes de esas irregularidades
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