viernes, 5 de septiembre de 2014

LOS POTROS DEL VOLANTE.


 Por: Domingo Caba Ramos .

“Antropológicamente,  el tránsito se puede usar como un reflejo de la sociedad, o sea, si visitamos un país que no conocemos y quieres tener una idea anticipada de cómo son las personas en esa nación, observa cómo conducen”.

                                   Dr José Dunker ( Siquiatra ) 



  Manejar un vehículo me pareció siempre un acto racional o una acción que sólo una persona o ser dotado de pensamiento podía ejecutarla. ¡Pero cuan equivocado estaba yo! Porque aunque corro el riesgo de faltarles el respeto a los caballos, estoy convencido, y así debo confesarlo, que nuestros potros, potras y yeguas, en nuestro país cuentan también con la privilegiada capacidad de conducir un carro, un camión, una guagual una jeepeta, o una camioneta.

 Aunque hablo de potros, talvez lo más propio y lógico sería llamarlos de otras maneras: mulos, burros, toros, o vaca, por aquello de que el caballo es el animal que más fácil se domestica.

Párese en un punto cualquiera de nuestras calles y carreteras o decida usted mismo ejecutar la heroica hazaña de guiar un vehículo de motor en la República Dominicana, y muy pronto se encontrará con más de uno de estos potrillos o seres de la pradera sentados frente a un volante. Identificarlos resulta sumamente fácil. Los taxistas, camioneros, conductores de jeepetas y guaguas “voladoras”, parecen romper los más complicados records de la imprudencia y mala educación. «Por sus hechos los conoceréis…»

 Veamos: 

a) Las luces direccionales, para ellos, parecen estar despojadas por completo de su comunicadora esencia simbólica, vale decir, no son más que simples adornos. Los giros que estas luces indican ningún mensaje le transmite al desesperado cuadrúpedo que va detrás del conductor que las enciende. 

b) La luz verde del semáforo apenas acaba de hacer acto de presencia, cuando de inmediato se escucha, cual relincho maldito, el grito satánico y permanente de la bocina del potro. Este gemido bestial, en ocasiones se escucha aún cuando se mantiene fija la luz roja en el susodicho aparato electrónico.

 c) El conductor, antes de girar a la izquierda, debe esperar que la flecha del semáforo así lo indique. Detrás, subido en moderna jeepeta, un rumiante vocea, insulta, ladra y activa de manera permanente el escándalo infernal originado por sus potentes bocinas, con el fin de presionar al respetuoso conductor a que realice el giro antes de que aparezca la flecha indicada.

 d) Aquella fresca y dominical tarde de primavera yo subía tranquilamente por la calle Del sol, Santiago ( una vía y” dizque” en preferencia), y embriagado mi espíritu con las románticas y no menos poéticas canciones de José Luís Perales. Cual brioso alazán que inicia loca carrera en el hipódromo, un anciano, sin detenerse en la intersección, cruza dicha calle a toda velocidad. Para no impactarlo, tuve que frenar de repente. El anciano, no conforme con su falta y torpe conducta, se detuvo, y de su boca casi octogenaria emanaron los más contundentes y pestilentes improperios. Jamás en mi vida había conocido un viejo más “malcriado” que el semental de dos patas que aquella fresca y dominical tarde de primavera tuvo a punto de destruir la metálica estructura de mi verde Toyota Camry y expulsarme para siempre de este complicado, pero deseado mundo de los mortales. 

e) La caballerosidad y la cortesía son cualidades que nunca han encontrado espacio en el cerebro primitivo de estos potros conductores. Por eso injurian, desafían, agreden, manipulan armas, cierran el paso y a nadie se lo conceden en situaciones especiales, tengan o no preferencia. 

 f) No hay bocina que suene más que la del vehículo conducido por uno de estos indeseables habitantes del corral. No importa la hora y el lugar. Tocar insistentemente las bocinas, para ellos, más que un placer, se constituye en una desagradable manía. 

 Observe con detenimiento el comportamiento de los conductores que se desplazan en sus vehículos por nuestras calles y carreteras, y usted, como yo, es posible tenga que decir: "Hay un país en el mundo...” llamado República Dominicana donde los potros,  los mulos, los burros y otros sementales también conducen vehículos de motor.

Y posiblemente usted, como yo, tenga que compartir y hacer suyo el juicio del reputado siquiatra y escritor dominicano, Dr. José Dunken, cuando  en uno de sus libros plantea que :

“Antropológicamente,  el tránsito se puede usar como un reflejo de la sociedad, o sea, si visitamos un país que no conocemos y quieres tener una idea anticipada de cómo son las personas en esa nación, observa cómo conducen”.



 

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