domingo, 19 de agosto de 2012


EL VERDADERO ROSTRO DE ALVARITO ARVELO.

El periodista Álvaro Arvelo (Alvarito) es uno de los comunicadores que más daños o distorsión ha causado en el pensamiento social y lingüístico de la República Dominicana, tanto que en mi condición de educador y lingüista siempre he recomendado a los padres que no permitan que sus niños y adolescentes escuchen el programa "El gobierno de la mañana", pues podrían copiar la conducta lingüística e incorporar a su léxico los exabruptos, “malas palabras” o inmundicias verbales a que nos tiene acostumbrado el anciano , narcisista y arrogante comunicador.

En los países con un alto nivel de analfabetismo como el nuestro, es común, sin embargo, la práctica de endiosar a todo aquel que, como Alvarito, hace gala de ser una especie de “Salomón resucitado”, contribuyendo ese endiosamiento a encumbrar aún más su ego, potenciar sus inconductas y creerse que ciertamente es un verdadero Dios.

Pero no se crea que los emotivos, caprichosos y muchas veces interesados ($) juicios de este señor son nuevos. Note, por ejemplo, como especifico y comento en el artículo que sigue, lo que fue capaz de proponer públicamente en 1988:

PESIMISMO Y NACIONALISMO
Por: Domingo Caba Ramos.

En su muy leída columna “Cápsulas” (El Nacional 20 - 6 - 88) el periodista Álvaro Arvelo hijo, publicó una serie de consideraciones que causaron bastante revuelo en el ánimo de muchos lectores.

Entre otras ideas, Arvelo hijo expresaba en la referida columna que en virtud de que los dominicanos no podían resolver los diversos problemas que los afectan, éstos debían solicitar su incorporación a los Estados Unidos, conformando de esa manera el Estado número 51 del poderoso imperio del norte.

Alvarito Arvelo nos presenta unos juicios valorativos del hombre dominicano que no podían ser más negativos y aterradores. Según él, los dominicanos constituyen en su totalidad un pueblo de vagos, chismosos, traidores, sadomasoquistas, ladrones, ingratos, maleducados, intrigantes, arribistas y todo lo malo del género humano.

Y como para ponerle la “tapa al pomo”, el destacado comunicador señala que “este es un pueblo inferior, este es un pueblo mediocre, la dominicanidad es una ficción, esto no es un país, esto no es una república, esto no es más que un revolcadero de burros”.

Reitero que todos estos argumentos mellaron profundamente el sentimiento nacionalista de muchos dominicanos que talvez pensaron que el periodista que nos ocupa estaba afirmando algo nuevo u original.

Pero la realidad es otra.

Álvaro Arvelo hijo, lo único que ha hecho es recrear viejas tesis pesimistas sustentadas en el siglo pasado por aquellos dominicanos que provistos de una mentalidad colonialista sostenían que nuestro pueblo era incapaz de labrarse su propio destino sin la ayuda de una potencia extranjera. Álvaro Arvelo lo único que ha hecho es resucitar con nuevos matices expresivos las tesis pesimistas asumidas por los más connotados representantes del pensamiento social de principio de siglo (Francisco Moscoso Puello, José Ramón López, Federico García Godoy, etc.) y que la literatura sociológica dominicana ha recogido bajo el nombre de: “EL GRAN PESIMISMO DOMINICANO”.

Como Arvelo hijo pensó Buenaventura Báez cuando en enero de 1844 sometió al rey de Francia un proyecto (PLAN LEVASSEUR) para el establecimiento de un protectorado francés en la parte oriental de la isla de Santo Domingo a cambio de que Francia otorgara la ayuda necesaria para lograr la separación dominicana de Haití.

Como Alvarito Arvelo pensó Pedro Santana cuando en 1861 anexó nuestra República a España, argumentando que los dominicanos por sí solos no estaban aptos para garantizar la independencia y enfrentar a nuevos invasores haitianos.

Igual que Álvaro Arvelo pensaba Francisco Moscoso Puello cuando en sus famosas “CARTAS A EVELINA” (1974) escribió que el hombre dominicano es un ser “turbulento y haragán, casi no sirve para nada. En ocasiones es un verdadero estorbo. Y es además, un cofre de vicios. Bailar, jugar y emborracharse y robar son sus cualidades características. Es un hombre primitivo todavía. Vive distanciado de toda idea elevada. Entregado a pasiones muy bajas. Nada le ha entusiasmado ni nada le estimula. Sólo vive para el amor y para la ratería. Tiene muchas características del mono, su compatriota más distinguido”. (Págs. 52 /53).

Y como Álvaro Arvelo hijo pensaba José Ramón López cuando en su ensayo “La Alimentación y la raza” (1975) sostenía que “el campesino dominicano era un ser vicioso, violento, haragán, bruto, jugador, homicida y degenerado”.

Fácilmente se advierte que las ideas de Alvarito Arvelo, Moscoso Puello y José Ramón López confluyen en un punto común por cuanto en ellas se expresa una visión pesimista de nuestro pueblo y una imagen peyorativa del hombre dominicano.

Queda demostrado, pues, que los criterios expuestos por el autor de las cápsulas en su polémico artículo se inscriben en una corriente del pensamiento social que tuvo su raíz en el pasado siglo pero que aún cuenta con ilustres representantes, entre los que se destacan no sólo el distinguido periodista a quien nos hemos referido, sino también todos aquellos dominicanos que proclaman que el nuestro es un país de “chimichurris”, de “cherchorcitos”, de “lambocitos”, de “locos2, de “comecheques por la izquierda”, de “bandiditos”, etc.

Respetamos aunque rechazamos de manera radical los conceptos emitidos por el señor Álvaro Arvelo hijo. Porque si así hubiera pensado Juan Pablo Duarte es posible que hoy estuviéramos gobernados por haitianos, franceses, españoles, ingleses o quien sabe.

Y porque el día en que tengamos que admitir que nuestra patria debería ser incorporada a otra nación más próspera, ese mismo día nos marcharíamos hacia el país cuya protección ambicionamos y nos apartaríamos para siempre de nuestros “vagos” “chismosos” y “traidores” compatriotas, dejando tras nosotros el cielo, los mares y el heroísmo de este bello y querido pueblo dominicano.

(El Nuevo Diario: 11 - 7 - 88)


1 comentario:

Giselda Blanco dijo...

Comaparto en todas sus partes tu análisis. Gracias por interpretarme
Giselda