(A Pedro, Gernalda y Basilio Caba)
Como repite mi exalumno y hoy destacado académico, Pancho Zapata, formo parte de una “dinastía” magisterial conformada por los hermanos a quienes está dedicado el presente artículo. Dinastía a la que me integré como cuarto y último miembro, y a la cabeza de la cual se encuentra mi hermano Pedro, competente y consagrado educador, a quien sin pasión tenemos que considerar como uno de los más nobles seres humanos paridos en nuestro hermoso y siempre amado Valle del Cibao.
Fiel amigo, excelente y amoroso padre, esposo ejemplar y hermano solidario, él fue el ejemplo a seguir en nuestra tortuosa, pero placentera trayectoria docente. El mismo ejemplo que en términos del comportamiento general a todos, tempranamente, nos inyectó nuestra fenecida y siempre recordada madre: doña Librada.
Fue Pedro el primero en inculcarnos la idea de que un buen maestro tiene que desempeñar sus delicadas funciones con entrega y responsabilidad, planificar siempre las clases que imparte, leer e investigar mucho para mantenerse actualizado sobre los principales acontecimientos que se verifican en el mundo de la ciencia y la cultura, enseñar siempre con el ejemplo, y, sobre todo, respetar a los alumnos y mostrar interés por todo lo que ataña a la formación general de estos.
Exmaestro y director de educación básica y media en el municipio de Moca, el hoy abogado, master en derecho internacional y profesor universitario, nos enseñó que si bien las autoridades no son dadas a reconocer o incentivar la labor del maestro, no por esta razón, este debe comportarse de manera irresponsable en el ejercicio de sus funciones. Y nos enseñó también, que no es verdad que el maestro es un apóstol, como históricamente, política y maliciosamente, han querido presentarlo los sustentadores del status quo, con el deliberado propósito de invalidar cualquier tipo de lucha reivindicativa. Y que si así fuera, entonces estaríamos frente a frente a un apóstol muy singular: un apóstol afectado por las mismas necesidades y problemas vitales que sufren los demás seres. Un apóstol que viste, que se enferma, que paga agua y luz, que se alimenta, que necesita divertirse, comprar libros y actualizar sus conocimientos, que paga alquiler de casa, que compra leche, que pasea, baila y bebe ron, wisky, cerveza y vino. Un apóstol que tiene que enfrentar los múltiples problemas económicos que la vida le plantea. Un apóstol, en fin, que necesita tener resueltas sus condiciones materiales de existencia, y que está en el deber de reclamar sus derechos en pos de una vida mejor.
Lo expresado en el párrafo anterior, debo resumirlo afirmando que yo creo en el maestro responsable, en el que actualiza sus conocimientos y abraza con pasión el noble oficio que ejerce; pero yo también creo que el trabajo docente debe ser científicamente supervisado, y a la luz de esa supervisión, al maestro que revele un buen desempeño, hay que motivarlo, incentivarlo y mejorarle sus condiciones de vida. Porque como muy sabiamente dijo en una ocasión el presidente de la General Motors : “ Ningún empleado podrá trabajar con calidad ni mucho menos identificarse con la empresa si está desmotivado, no devenga un salario justo, ni disfruta de una plan de incentivos que le permitan resolver sus problemas fundamentales”
Este sábado, 30 de junio, se celebrará en nuestro país el “Día del maestro”. El día del ser que ejerce el más noble y digno de los oficios del universo. Ese día no habrá gran despliegue publicitario, como ocurre en otras fechas, ni se publicarán, en la prensa nacional, enjundiosos editoriales, espectaculares reportajes o apasionados artículos exaltando el trabajo de este abnegado servidor.
Y es que no obstante la importancia de la labor que realiza, al maestro casi nadie lo incentiva, motiva o reconoce su trabajo. Nadie parece entender que sólo él es capaz de borrar las tinieblas de la ignorancia y abrir las puertas del conocimiento. Al contrario, como recompensa , el maestro dominicano, extrañamente, lo único que recibe es crítica e interesados cuestionamientos, realidad que lo convierte en el gran vilipendiado. Como bien se registra en las letras de la canción: “El cura cree que es ateo / y el alcalde comunista / y el cabo jefe de puesto/ dice que es un anarquista…”
La sociedad sólo le pide, pero muy poco le da, empezando por quien más debería concederle ¬: el Estado Dominicano. “Te pago como obrero, pero debes enseñar como un científico…”, parece ser la máxima social dominicana.
Estamos conscientes de que tan adversa actitud podría estar alimentada por la práctica irregular de muchos profesores que no han sabido comportarse a la altura de su investidura; pero que debido a la ausencia de un científico procedimiento de supervisión docente, desafortunadamente se mantienen activos provocando más daños que beneficios dentro del sistema educativo. Un sistema injusto, sectario, politizado y altamente contaminado ideológicamente. Un sistema que muy poco ha hecho para premiar y retener a sus mejores talentos, y que no ha sido capaz de establecer categorizaciones importantes técnicamente estructuradas en virtud de las competencias y desempeño de cada quien, evitando así que todos los educadores sean “medidos con la misma vara” o valorados de la misma forma.
Un sistema, en fin, al cual muy pocas veces se refieren o parecen exonerar de culpas, en los que a sus males atañen, quienes de manera impresionista critican despiadadamente la gestión del maestro, tratando de presentarlo como único culpable de la mala calidad de la enseñanza y demás fallas vigentes en la escuela dominicana , olvidando, talvez, que la mala práctica que en la base del mismo pueda incurrir un maestro , no es más que la viva expresión de las irregularidades cometidas en su cúspide por las autoridades que lo administran, las cuales consumen más tiempo defendiendo rabiosamente los intereses del partido en el poder que diseñando planes y programas orientados a desarrollar y modernizar la enseñanza pública. Autoridades que no propician las condiciones materiales y espirituales requeridas para que en nuestras escuelas reine la paz, nunca se interrumpan las clases, y el maestro se sienta motivado a ejercer su trabajo con alegría, dedicación, gusto y entusiasmo.
Para los maestros de verdad. Para ese maestro sin cariño, activo o pensionado, que en medio de tan desmotivador y adverso panorama laboral es y fue capaz capaz de ejercer con responsabilidad el delicado oficio que la sociedad puso en sus manos, vayan nuestro más sentido y sincero reconocimiento.
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