Por : Domingo Caba Ramos.
La sinceridad, autenticidad e integridad personal, en la sociedad dominicana, se nos presentan como tres de los valores tradicionales progresivamente en vía de extinción o como parte de las luces que poco a poco van dejando de iluminar el comportamiento humano.
La lucha por la supervivencia o el “sálvese quien pueda”, nos ha transformado en verdaderos seres simuladores, cínicos, hipócritas, “mediatintas”, “fofos”, plásticos y artificiales. Y hasta la sonrisa, en ocasiones, parece grapada en el rostro de muchos de los hombres y mujeres con los cuales necesariamente tenemos que interactuar en nuestras cotidianas relaciones sociales (laborales, familiares, políticas, sindicales, culturales, etc.)
Un determinado interés genera una determinada conducta no siempre benigna, sino perversa; pero escondida tras la máscara maldita y no menos perversa de la simulación. Y como en los mundos políticos y del trabajo es donde con mayor énfasis se ponen de manifiesto las luchas de intereses, es en esos ámbitos donde fluyen las más dañinas lacras comportamentales, como fluye a la superficie del agua, el olor pestilente del cadáver que por mucho tiempo se mantuvo oculto en el fondo del océano.
Mundos en los que hay que mantenerse siempre a la defensiva e interpretando, para no sucumbir, las verdaderas intenciones que se esconden detrás de cada palabra, cada gesto, cada acción y hasta detrás de cada manifestación de cortesía. Mundos en los que aquel que no te soporta ha hecho todo lo posible por no tenerte a tu lado o excluirte de la organización en la que comparte compromisos, por delante te colma de elogios, aunque por detrás te inserte el dardo que neutraliza para siempre tus habituales movimientos.
Somos, pues, una sociedad pletórica de simuladores. Y ante cada nueva y fingida actitud, parece cobrar vigencia el contenido de un artículo que hace varios años publiqué en la prensa nacional con el título de “Sicología de los hipócritas”, y el que, por considerarlo de interés, nos permitimos transcribir a continuación:
SICOLOGÍA DE LOS HIPÓCRITAS.
“El hábito de la mentira paraliza la lengua del hipócrita cuando llega la hora de decir la verdad”
(José Ingenieros)
El diccionario de la Lengua Española define los términos hipocresía e hipócrita de la siguiente manera:
“Hipocresía: Fingimiento y apariencia de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan”
“Hipócrita: Que finge o aparenta lo que no es o lo que no siente”
“La hipocresía – apunta José Ingenieros (1877 – 1925) - es el arte de amordazar la dignidad. Es el guano que fecundiza los temperamentos vulgares, permitiéndoles prosperar en la mentira: como esos árboles cuyo ramaje es más frondoso cuando crecen a inmediaciones de las ciénagas” (El hombre mediocre, pág., 1975, 83)
Sostiene Ingenieros que: “La hipocresía es más honda que la mentira. Esta puede ser accidental, aquella permanente. El hipócrita – amplía” - transforma su vida en una mentira metódicamente organizada. Hace todo lo contrario de lo que dice, toda vez que ello le reporte un beneficio inmediato” (ob. cit., pág.87)
De las ideas presindicadas se infiere que la mentira es la materia prima de los hipócritas, vale decir, el hipócrita es necesariamente mentiroso, y en virtud de esta cualidad es, sobre todo, un ser simulador, cínico, desconfiable y traicionero.
Si la hipocresía es una de las más perversas expresiones del egoísmo, los hipócritas son por naturaleza egoístas. Para ellos el yo de los demás carece de importancia. Sólo importa su propio yo. De ahí que siempre actúen movidos por sus particulares intereses, nunca inspirado en el interés colectivo.
Los hipócritas suelen tener cómplices circunstanciales, pero no amigos fieles y permanentes. Son utilitarios, oportunistas, individualistas y ambiciosos; pero fundamentalmente traicioneros. Con tal de materializar sus planes o propósitos son capaces de traicionar hasta su más íntimos amigos o más cercanos parientes.
Los centros de trabajo, sindicatos y partidos políticos están pletóricos de estos diabólicos personajes.
El hipócrita es un ser peligroso a quien hay que temer. En él todo es falsedad, engaño y apariencia. Por eso ríe cuando desea llorar y llora cuando quiere sonreír. Receta la medicina para curar el mal que él mismo ha provocado y suele desear larga vida al ser que desearía ver muerto. E l triunfo ajeno constituye su propia derrota. Por eso odia reconocer el mérito de los demás, y cuando lo hace, sus elogios resultan ser siempre falsos, irónicos y sarcásticos.
La lengua del hipócrita es mortal como el veneno de la víbora y destructora como la furia del huracán. Una palabra suya puede provocar el divorcio de dos amantes y la enemistad de dos amigos.
Estos individuos se rebajan sin saberlo. Su propia condición los transforma en entes chismosos, envidiosos, intrigantes y mediocres.
Conocer su verdadera identidad no siempre resulta fácil, pues aparte de actuar con gran habilidad, astucia y sagacidad, están también dotados de una increíble capacidad histriónica. Proceden como esos veteranos actores cuyos rostros parecen estar cubiertos por máscaras invisibles que les permiten ejecutar libremente sus maléficas acciones.
Más, sin embargo, conviene hacer todo lo posible para identificar en cualquier lugar a estos magos de la simulación, como única forma de no perecer devorado por sus garras mortífera.
lunes, 26 de diciembre de 2011
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