miércoles, 21 de abril de 2010

TOMÁS HERNÁNDEZ FRANCO


(Juicios críticos)

Por : Domingo Caba Ramos. 


Tomás Hernández Franco ( 1904 – 1952 ), a pesar de ser uno de los más originales y grandes poetas contemporáneos de nuestro país y haber compuesto uno de los textos capitales del siglo XX en la República Dominicana , el poema “ Yelidá”, su obra ha sido poco divulgada , razón por la cual el inspirado bardo tamborileño , como en otras ocasiones lo hemos afirmado, continúa siendo un “ Ilustre desconocido”

Acerca de su vida y obra, sin embargo, son innúmeros los escritores de reconocida prestancia académica y/o literaria que han externado sus juicios valorativos:

«Tomas Hernández Franco – argumenta Manuel Mora Serrano - es uno de los más grandes poetas “inéditos” de este país, porque realmente se refieren los biógrafos e historiadores a su Yelida (1942), cuando, realmente, Tomás empezó a publicar muy joven, a los 17 años, “Rezos Bohemios” (poesía), y un libro de cuentos: “Capitulario”, y ya, para 1940, había editado la mayor parte de su obra. Es este Tomás un caso de precocidad superado sólo en cuanto a edad de publicación por Joaquín Balaguer, que editó en 1922, a los quince años, su primer libro: Salmos Paganos. Tomás - continúa el autor de “Juego de dominó”- fue un gran trabajador y un individuo de avanzada. En la revista Yelidá, en su primer número, se reveló, como él dio a conocer en La Información, las primeras noticias del movimiento surrealista francés en los años veinte, y ya se sabe que también él es el autor de los primeros relatos auténticamente surrealistas escritos por un dominicano» (Listín Diario, 18/4/98).

Manuel Mora Serrano:
Novelista, poeta y ensayista.

Pedro René Contín Aybar, ensayista, crítico literario y quien compartiera con Hernández Franco la redacción de Los Cuadernos Dominicanos de Cultura, describe de esta manera a su antiguo amigo y compañero:

«Tomás Hernández Franco era la inquietud personificada. Le veo grande, fuerte, gesticulante, hablando a gritos, defendiendo ideales cada vez renovados, bufando, manoteando, riendo, inestático siempre. Producía la impresión de un barbotar constante, como un torrente ensordecedor, como una incesante máquina de producción ilimitada. Poeta, su verso vibraba con elásticos acentos móviles. Agrupaba ideas, al parecer sin concierto, para cerrar con un broche magnífico donde todo su pensamiento disperso se resumía en un sonoro acorde definitivo.

Polemista, esgrimía argumentos contundentes, destrozaba, fundía, aplastaba. Recorría todos los caminos, oprimiendo un círculo contrictor donde su contrincante quedaba reducido a polvo. Sus convicciones eran firmes, aunque violenta, y las oponía hasta contra la razón, seguro de que la postre la razón era suya. Escritor, cultivaba, preferentemente, después de la poesía, el cuento y se puede asegurar que produjo, si no los mejores, al menos algunos de los más encomiables cuentos dominicanos, entre ellos, piezas de antología, como “El asalto de los generales” y “Anselma y Malena”»

Cuadernos Dominicanos de Cultura
No. 118, p.383, sept. 1952

El periodista y escritor cubano Virgilio Ferrer Gutiérrez nos presenta el siguiente retrato:

«Lo que ha visto nuestra lente: 6 pies de carne y hueso. Una mirada zahorí, curiosa, inquieta. Unas orejas que son antenas. Una cordialidad desbordada. Un enorme talento y una exquisita sensibilidad. Una nariz aguda como corvo pico de aguilucho. Un espíritu abierto. Unos enormes brazos, siempre en cruz. Y unas manos vigorosamente trazadas, listas para lo que sea menester…»

Virgilio Ferrer Gutiérrez
Cuadernos Dominicanos de Cultura
No. 118, p.387, sept. 1952


«Un amigo me da la noticia: “Murió Hernández Franco” –apunta el escritor salvadoreño Ricardo Trigueros de León - Silva el viento en las crines de los caballos, de los caballos que él amó e hizo relinchar en sus cuentos, entre disparos y matorrales, mientras Y elida, hija del mal y del sargazo, tiembla de frio entre dos brazos morenos llenos de sal y azul. El mar que ciñe los litorales de la isla dominicana alzará altas olas y en los muelles, algunos marinos, fumando sus pipas y bebiendo tragos de ron, contarán la historia de un hombre que cantó al mar las anclas llenas de herrumbes, los arpones que lanzan sobre el lomo de los peces y los anzuelos que, en la madrugada, son recogidos por manos de pescadores, sacando a flor de agua un vivo temblor de escamas. Gesto bonachón el suyo de andar a grandes zancadas. Así caminaba en sus cuentos, a grandes pasos, como un viento desatado.”


Trigueros de León
Cuadernos Dominicanos de Cultura
No. 118, p.389, sept. 1952


En un enjundioso perfil titulado: “Tomás Hernández Franco en el recuerdo”, el destacado escritor, historiador e intelectual mocano, doctor Julio Jaime Julia (1922 – 1993), afirma lo siguiente:

«En enero de 1949, en compañía del fraterno amigo Doroteo A. Regalado, prócer de la Intervención Militar Norteamericana, tuve el privilegio de conocer y conversar brevemente con Tomás Hernández Franco en el acogedor ambiente de su hogar en Tamboril. La impresión de esa única oportunidad que se me presentó de verle físicamente fue desde luego imborrable, por la sencilla razón de que él era uno de esos personajes inolvidables. Alto, activo, dinámico, rebosante de vida interior, sorprendentemente talentoso, cordial, simpático, comprensivo, decidor, y amable, Tomás cautivaba desde el primer momento con la franqueza de su trato y el poder de su extraordinaria inteligencia…»

Suplemento “Coloquio”, p.10, 20 de mayo de 1989.

Para el brillante poeta, académico y ensayista Mariano Lebrón Saviñón Tomás Hernández Franco “fue un poeta de originales encantos”, en tanto que Joaquín Balaguer, en su “Historia de la Literatura Dominicana” (1992) nos lo presenta como “un poeta de reconocida originalidad y cuentista de rica imaginación y de estilo ágil”

El poeta Ramón Emilio Jiménez, bastante conocido por sus famosos himnos escolares, en un soneto titulado “Tomás Hernández Franco”, le cantó de la siguiente manera a su amigo entrañable:

TOMAS HERNADEZ FRANCO

Luces de ingenio, en ocasión geniales,
fueron en él aliento vigoroso,
poesía, inquietud, todo a raudales,
bondad, locura, sueño, todo hermoso.

Brilló en la prensa, defendió ideales,
con actitud viril y ánimo airoso,
lo saludaron músicas triunfales,
y todo le sobró, menos reposo.

Reposo espiritual para ser fuerte,
serenidad de que se halló vacía,
su joven alma por extraña suerte.

Honda fiebre del mundo le absorbía,
y vivió en esa fiebre hasta que un día,
halló serenidad, pero en la muerte.

Ramón Emilio Jiménez.
(1886 – 1970)


Franklin Mieses Burgos (1907 – 1976), miembro fundador de la Poesía Sorprendida y uno de los poetas de mayor relieve de la lírica dominicana contemporánea, apunta acerca de Hernández Franco lo siguiente:

«A Tomasito Hernández le conocí en el año de 1930, con el funesto advenimiento de la tiranía. Fuimos amigos pero no compañeros de tertulia. Sin embargo le tenía una gran admiración como poeta, él a mí también me la tenía por la misma causa, pues cuando nos encontrábamos siempre elogiaba mis poemas, especialmente, “La elegía por la muerte de Tomás Sandoval”. Personalmente su figura de campesino ilustre atraía desde el primer momento por el desparpajo de su franqueza atronadora; y en realidad, era un hombre bueno y generoso capaz de las mayores abnegaciones para sus amigos»

(Tomado de “La poesía dominicana en el siglo XX, Alberto Baeza Flores, tomo II, edición UCMM, 1977, p.153)

Don Manuel del Cabral (1907 - 1999), en su libro autobiográfico “Historia de mi voz” nos presenta, acerca de su amigo e integrante como él de los llamados “Poetas Independientes”, un perfil que no podía ser más singular, fraterno y pintoresco. Un perfil en el que en armónica simbiosis de la palabra artística se funde lo lírico con lo épico; lo serio con lo humorístico; lo real con lo fantástico:

TOMAS

« Inteligentemente alto. Eróticamente bajo. Cotidianamente absurdo. Dos zancos con talento sosteniendo su infancia. El andar de este muchachón se confundía con las escaleras cayéndose. Bebía sin reloj. Escribía desordenadamente cuerdo. No le falta ni un caballo en la cara ni una azucena en su niño. Cuando conversaba se desbocaba en metáforas y anécdotas que aumentaban y aumentaban hasta que Tomás quedaba sepultado bajo ellas sin saber cómo salir de un montón de cosas increíbles, milagrosas, fascinantes. Pero por fin encontraba el recurso: ordeñaba con paciencia la gota de la última botella, se la bebía, y al instante nos decía: “La cerveza embrutece y el vino da talento, la leche nos da vergüenza…” No se sabe de que murió Tomás. Pero se dice que lo obligaron a tomar leche. Entonces… se murió de vergüenza»

Manuel del Cabral
“Historia de mi voz” (págs. 43/44)

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