domingo, 28 de marzo de 2010

TOMAS HERNANDEZ FRANCO : POETA Y DEPORTISTA.

TOMAS HERNANDEZ FRANCO : POETA
Y DEPORTISTA.

Por : Domingo Caba Ramos


En un artículo que publicáramos en el Suplemento "Isla Abierta", del periódico Hoy ( 24/4/91), decíamos que «Además de artista literario, Hernández Franco sentía una extraordinaria afición por los deportes. Su pensamiento deportivo -argumentábamos- aparece magistralmente expresado en “El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización”, título de la conferencia leída por el propio autor en el Teatro Apolo de Tamboril la noche del 27 de octubre de 1931 en provecho del Team de beisbol Senadores de este municipio»

Pero además de teórico del deporte, Hernández Franco fue un fiel cultivador de las prácticas deportivas. En Santiago, por ejemplo, se desempeñó como promotor de boxeo, y cuando cursaba estudios en Francia alcanzó el título de campeón amateur de boxeo universitario (1924) de París, peso medio mediano, al derrotar a un suizo - alemán, de nombre Haah, que ostentaba tan preciado galardón.

Por considerarlo de interés, publicamos a continuación el texto completo, hasta ahora inédito, de la antes citada disertación, por entender que la misma encierra importantes juicios que necesariamente tendrán que ser tomados en cuenta por poetas, artistas, atletas e intelectuales, en una sociedad en la que prima la falsa creencia que el ejercicio muscular no es compatible con el desarrollo artístico e intelectual :


"EL SPORT, SU HISTORIA, SU SIMBOLISMO, SU FILOSOFÍA Y SU INFLUENCIA MORAL Y MATERIAL EN LA CIVILIZACIÓN "

(Conferencia leída por su autor, Tomás Hernández Franco, en el Teatro “Apolo”, de Tamboril, la noche del 27 octubre 1931, en provecho del team de béisbol “Senadores”, de este municipio)


«Señoras y Señores:

Pláceme sobremanera ocupar esta tribuna y frente a este público, porque en cierta forma es como una oportunidad de pagar una deuda de cariño, contraída desde mi infancia, porque aquí en Tamboril mismo, y mucho antes de poder lanzarme por mis propias fuerzas en las sendas de la curiosidad literaria, mi imaginación se nutrió de una tradición de cultura y de amabilidad que parece haber sido de todo tiempo patrimonio o herencia, timbre o blasón de esta comunidad.

Tamboril fue el trampolín desde el cual lancéme hacia la vida, por las rutas sin huellas del mar y por los vírgenes camino de la fantasía y del ensueño y siempre, en las horas del recuerdo, en la nostálgica evocación del viajero, la patria lejana me cabía en el corazón.

Por imperiosas urgencias de la vida, frente a otros públicos he escrito y frente a otros públicos he hablado y aquí he vuelto siempre, porque naturalmente aquí se polariza mi existencia; pero nunca me he sentido un Simbad de leyenda, siempre llegué sin la jactanciosa actitud de quien pretende contar maravillas y a la vida aldeana me reintegré sin esfuerzo porque aldeano he sido siempre en mi orgullo y en mi sinceridad.

Pero si por ahí, por los caminos de la vida, he podido hacerme un lugar, si acaso mi nombre no es de los que ruedan en el anonimato, si en alguna parte algunos me toman en cuenta, porque desde el principio he luchado de buena lid sin dar las espaldas nunca, siempre en la brecha, con la alegría que le parece el afán, es porque en ningún momento me faltó la esperanza de ser digno hijo de esa tradición de cultura y de amabilidad que ustedes poseen por legítima herencia y por bella tradición.

No pretendo pagar deuda por completo. Las deudas de cariño no se cancelan nunca y siento que ahora mismo la mía aumenta con la satisfacción que me procura el hablaros.

Señoras y Señores:

Una de mis más reales satisfacciones al llegar de nuevo a Tamboril, fue la que me procuró comprobar cómo entre ustedes el beisbol había ocupado una parte preponderante en vuestro entusiasmo y en vuestras diversiones. Tamboril, el que siempre amó la poesía y la belleza, el que se conquistó una reputación llena de amables ironías por su predisposición a los juegos del espíritu, era lógico que rindiera tributo también a las fiestas del músculo, porque en ellas hay tanto o más lirismo que en cien mil madrigales, y porque en el gesto vivo y recio del atleta hay tanta emoción como la que procura el mejor soneto.

Por eso he escogido el presente tema, cosa que no podía ser de otro modo tampoco, ya que esta disertación me fue pedida por los entusiastas del mismo “deportes rey” y que se hace a beneficio de nuestros “Senadores”.


La práctica y el culto a los deportes remontan a la más remota antigüedad. Ha sido tanta su importancia en la historia del mundo que fijaos bien la fecha más antigua que se conoce con certeza en la historia de la humanidad, es la fecha que marca un evento deportivo. En efecto, en el año 776 antes de Cristo, el corredor griego Korcibos ganó en el estadio de Olimpia la carrera de los 185 metros. Año más que memorable; pues no solamente marca el origen del deporte sino también la historia de toda Europa. Ninguna fecha exacta anterior a la victoria de Korcibos es conocida.

Más allá es la leyenda, es la noche de los tiempos, es una mezcla de tradiciones fabulosas con documentos prehistóricos por entre los cuales los sabios no se atreven a penetrar más que con hipótesis, en ausencia de toda cronología.

En la primera línea de la historia occidental, se inscribe el nombre oscuro de un atleta ganador de una simple carrera de 185 metros. ¿Por qué los griegos comienzan con ese hecho su era nacional? Cuando los romanos sitúan su primer año en la fundación de Roma, los cristianos en el nacimiento de Cristo, los musulmanes en el origen del Islán, los revolucionarios franceses en la proclamación de la República, los griegos comienzan a contar sus años desde el día en el cual los sacerdotes de Olimpia hacen grabar el nombre de Korcibos en sus tablas de gloria. Ellos olvidaron en qué año fue el sitio de Troya, ni cuándo vencieron a los Atridas, ni en qué siglo murió Homero; pero de la victoria de Korcibos no se olvidaron nunca y la transmitieron a la posteridad cantada en mármoles imperecederos, y es porque para los griegos los juegos olímpicos revestían una solemnidad de la cual ahora nada pueda darnos la más remota idea.

Lourdes o la Meca son ahora simples lugares de peregrinaciones religiosas, Bayreuth lo es musical, Deauville, sportivo. Olimpia era todo eso a un tiempo mismo y mucho más ilustre. Cada cuatro años allí se reunían los filósofos más famosos, los más grandes poetas, las mujeres más bellas, los mejores músicos, los sacerdotes más ilustres, los más conocidos guerreros y todo aquel espectáculo grandioso giraba en torno de las competiciones de los atletas venidos de todos los países vecinos para medir sus fuerzas contra los mejores del mundo conocido hasta entonces.

La grandiosidad de aquellas fiestas de la inteligencia y del músculo nos viene rodando al través de los siglos en las odas de Píndaro, el maravilloso poeta que inmortalizó el nombre de los atletas vencedores y cuyos versos han quedado hasta ahora, y quedarán mientras haya poetas en el mundo, como ejemplos insuperables en el género. Y quiero hacer notar algo que todos ustedes saben. Ese amor de los griegos por los juegos de la fuerza, no fue una manifestación de frivolidad o de carencia de inteligencia. Ningún pueblo se preocupó jamás, tanto como los griegos de cultivar su espíritu y de aumentar su inteligencia, pero, al mismo tiempo, ningún pueblo llevó a más alto grado el respeto casi religioso del cuerpo humano, de su belleza, como los griegos mismos.

Más aún, Platón mismo, el filósofo griego, padre de toda la filosofía, sacó de los juegos atléticos los más imperecederos principios de sus doctrinas. Y Paul Adam, el estupendo escritor y filósofo francés, en su libro “Moral del Sport”, funda toda la filosofía del deporte en la filosofía platónica. Oíd estos párrafos:

“La admirable filosofía de Platón se desprende del acto completamente material que efectúa un corredor tratando de llegar a la meta, un luchador estrechando su adversario. La admiración hacia la musculatura del atleta, su sitio, el concepto de lo bello en sí mismo, de la armonía de la justicia y de la verdad, tal fue, sobre la arena de Academos, el origen de las filosofías que Spinosa, Kant y los pensadores no cesan de confirmar”.

No hay más que comprobar, pues, ese otro aspecto formidable de la influencia de los deportes sobre la vida espiritual de la humanidad. Muchas gentes que nunca han practicado un deporte, que no saben la fuente de bienestar, de reposo de verdad, de belleza y de justicia que es la práctica de un Sport cualquiera, se refugian en el prejuicio inmotivado de que el exceso de fuerza física mata la fuerza espiritual, que las dos actividades son incompatibles y que un atleta, para serlo verdalmente, tiene que ser una persona sin cultura.

Sin tener que remontar a la actualidad en que reyes y emperadores no vacilaron en bajar a la arena para medir sus fuerzas con todos los atletas en diferentes competiciones, recordemos que en la actualidad, Tunney, el campeón del mundo de boxeo, ya retirado, es un graduado en Leyes, en Filosofía y en Letras, que nunca ha abandonado sus actividades intelectuales y que en las dos mejores universidades del mundo, las de Oxford y Cambridge, de Inglaterra, es en donde están los mejores humanistas, los mejores helenistas, los mejores estetas, los mejores teólogos del mundo, los cuales son, al mismo tiempo, los mejores boxeadores, los mejores remeros, los mejores jugadores de foot ball, los mejores atletas, en fin...

Recordemos también que Goethe, el estupendo poeta alemán, fue un gran atleta que practicó siempre la marcha a pie, la esgrima, la natación, la equitación y el patinaje. Que Lord Byron fue un nadador maravilloso que en mayo de 1810 atravesó el Helesponto a nado.
Que Lamartine fue un excelente montador de caballo, que Víctor Hugo y Alejandro Dumas admiraron el boxeo dejándonos, el primero de ellos, un excelente retrato de boxeador en el “Hombre que ríe” y que Teófilo Gautier mismo practicó diariamente el boxeo francés, que es mucho más peligroso que el inglés, y que el mismo Federico Mistral, el suave autor de Mireya, nos ha dejado en esa obra capítulos que pueden considerarse como los precursores de la actual literatura deportiva.

El músculo no mata inteligencia. Al contrario, el mente sana en cuerpo sano de que nos hablaron los latinos es hoy más que nunca una verdad, y sólo el deporte, su práctica leal y devota, puede procurar ese bello equilibrio que es y ha sido el ideal de todos los tiempos.

Veamos ahora, a la ligera, algo del simbolismo que hay en todos los deportes :

Los griegos, quienes, como ya hemos visto, fueron los padres del deporte, llevándolo hasta alturas que todavía nadie ha podido reconquistar, pusieron en todos sus juegos un origen simbólico que recorría, desde la ofrenda religiosa hasta la imitación de la guerra, y muchos mitos de la antigüedad viven todavía en todos los deportes, sin que muchos de los atletas que en la actualidad lo practican lo sepan siquiera.

Así, para poneros un ejemplo que puede ser de interés inmediato para ustedes, en el mismo beisbol, una reconstrucción de aquellos ejercicios en que el hombre necesitó, desde los albores de la historia del mundo, ejercitarse para conservar su vida cuando sólo disponía de las armas rudimentarias con que lo dotó la naturaleza.

Todo jugador de beisbol necesita ante todo ser un corredor. La carrera del beisbol no se parece a todas las demás carreras: el corredor no solamente necesita ir de prisa para llegar a una meta donde ningún peligro lo espera, sino que es una carrera que tiene todo el aspecto de una fuga, porque el corredor huye de la posibilidad del out que lo acecha o de la bola que lo persigue. Primer símbolo : el instinto de conservación. del hombre primitivo.

Seguidamente un jugador de beisbol no puede tirar la bola como un niño que tira una piedra al azar. Necesita precisión en la tirada, saber con una exactitud de centímetro a donde va a parar la pelota después que salga de sus manos. Segunda aparición del hombre primitivo que sólo disponía de la piedra para abatir a sus enemigos, pájaros, hombres o fieras, en los primeros tiempos de su vida en la tierra. Las mismas frutas eran desprendidas a pedradas, y el hombre se acostumbró a la destreza de apararlas entre sus manos, en cabriolas difíciles, para que muchas veces no fueran a parar al fondo de un abismo o entre las manos hábiles de algún compañero más fuerte o menos diestro.

Viene luego el bate, arma ya más perfeccionada que la piedra, maza que sirvió en los lejanos tiempos como instrumento de ataque y de defensa. En el béisbol todos los esfuerzos físicos se emplean y todas las formas de ese esfuerzo se manifiestan claramente, pero también el cálculo, la fuerza de la inteligencia, la malicia, arma suprema que el hombre primitivo empleó como último argumento contundente para vencer a sus enemigos.

Así vemos el símbolo de ese juego, simbolismo que se descubre en todos los deportes actuales, pues no hay ninguno que no corresponda claramente a los íntimos reflejos que vienen rodando con los siglos en el subconsciente de la humanidad.

Como ustedes habrán visto, he venido empleando indistintamente las palabras deporte y sport. Sin embargo, la palabra deporte no significa exactamente sport y esta última palabra, ya internacionalizada y usada en todas las lenguas, nos parece más exacta.

Varias veces se ha intentado dar una definición de esa palabra que satisfaga a todos, y varios autores y autoridades en la materia se han ocupado de ello desde hace más de cincuenta años. Paul Adam nos había escrito en 1907: “Se llama sport toda obra coordinando una serie de actos físicos homogéneos y razonados a fin de aumentar la agilidad, el valor y la potencia del hombre”.

El poeta Rolmer lo definía: “El sport es un medio de vencerse o de vencer a un enemigo”. Y Marcel Prevost, de la Academia francesa, proponía la siguiente: “El sport es el ejercicio metódico e higiénico del cuerpo humano en vista de aumentar su fuerza, su agilidad y su belleza y de desarrollar la energía de la voluntad al mismo tiempo que procura reposo al espíritu”.

Todas esas definiciones pecan, como se habrá visto por vagas y por largas, habiéndose encontrado en Francia esta otra definición más precisa: “El sport es una lucha y un juego”. Simplemente, y es así en realidad, el sport es una lucha siempre, una lucha contra el tiempo, contra el espacio, contra la fatiga, contra la edad, contra el adversario, que sea hombre, cosa, idea o sentimiento, una lucha contra la pereza, contra el hábito y contra el fastidio. Es un juego también porque es una forma de la actividad cuyo objeto está en sí misma.

Esa lucha exige voluntad, paciencia, orden y método, cualidades que van con el éxtasis y la actitud contemplativa. Ese juego exige firmeza de cuerpo y de espíritu, optimismo y lirismo.

Admitamos, pues, esa definición que es la más precisa y la que mejor cuadra a la verdadera misión del sport, tal y como ha sido comprendido en todos los países. El verdadero sport es moral y moralizador, suprime las distancias, acerca todas las clases sociales, pone en contacto a todos los ciudadanos que de otro modo quizás no podrían jamás encontrarse en el mismo nivel. Todo lo que acostumbra al hombre a sostenerse de aplomo sobre sus piernas, a sostener los choques, a mirar fríamente a su adversario, encierra una virtud educativa que todas las democracias deben utilizar.

De todo lo que hemos dicho se desprende que el sport es el culto voluntario y habitual del ejercicio muscular intensivo, apoyado en el deseo de progreso que puede llegar hasta el peligro y de ahí podemos deducir estas cinco nociones primordiales: El sport no es natural al hombre: está en contradicción formal con la ley animal del “esfuerzo mínimo”. No es suficiente, pues es necesario darle facilidades materiales para que progrese o se mantenga: es necesario estimularlo por la pasión o por el cálculo.

El carácter sportivo es susceptible de sobreponerse a todo ejercicio muscular como puede también estar completamente ausente. Esta afirmación debemos explicarla más detalladamente. Se puede practicar un sport, sin ser sportivo, se puede ser jugador de béisbol, sin ser sportivo, sobre todo cuando no se lleva al diamante el espíritu caballeroso, leal, franco, decidido, que caracteriza toda manifestación de ese género.

En efecto, querer ganar en toda competición, es lógico, porque el triunfo es el objetivo que se persigue en toda lucha, pero querer ganar a todo trance aun cuando se reconoce la propia inferioridad, utilizando para ello tretas de mala fe o combinaciones de cualquier especie, cuando al terreno se lleva el engaño, la cólera, el odio, la inquina ya se podrá ser jugador de béisbol pero no se será sportivo nunca, porque se han traspasado sus fronteras de belleza.

En el verdadero sport hay que querer ganar siempre, hay que luchar hasta lo último por el triunfo, pero hay que admitir sinceramente la derrota, hay que saber perder, y hay que saber reconocer sinceramente la superioridad del adversario y tratar en seguida de superarlo. Ese es uno de los aspectos en que más ha influido el sport en la actual civilización: las gentes, al sportizarse, van perdiendo mucho de la animal rudeza de antes, y ante el espíritu sportivo, el rencor, la venganza, la inquina, van perdiendo camino. Cuando todo el mundo tenga alma sportiva, podremos asegurar que el crimen, la falsedad, el engaño habrán desaparecido del mundo.

La tercera consecuencia es que el sport siendo una escuela de dominio sobre uno mismo y haciendo un constante llamamiento a la observación y a la sangre fría, cae en los dominios de la psicología tanto como en los de la fisiología y puede hacer reaccionar favorablemente el entendimiento, el carácter y la conciencia. Por tal motivo, es un agente de perfeccionamiento moral y social.

Señores:

Muy a la ligera, contra mi querer, por no haber tenido el tiempo material suficiente para darle forma más amplia a esta disertación, he querido probaros de una verdad que ya seguramente adivinabais. Nada más noble que el sport y nada más noble que esa actitud de entusiasmo que todo el pueblo ha tomado frente a los triunfos de nuestro team beisbolero que muy pronto va a enfrentarse a la conquista del campeonato de serie “E”. Os he dicho cómo, desde Homero y Píndaro, los más grandes hombres de la humanidad en las actividades del intelecto, se han ocupado del sport sin sentirse denigrados, y que lo han practicado previamente sin obtener ningún menoscabo de sus inteligencias. No olvidéis que el mismo Platón, antes de ser filósofo, fue atleta y por eso que nadie crea que se pierde el tiempo que se dedica al cultivo de la fuerza física.

Ojalá que vuestro entusiasmo no se limite a aplaudir solamente al único equipo atlético que Tamboril ha logrado presentar y que, por el contrario, otros deportes, conjuntamente con el béisbol, logren vuestro favor y se desarrollen aquí.

Amigos del Team “Senadores”:

Habéis visto la diferencia que existe entre ser practicante de un sport y ser un verdadero sportivo. Ya sabéis las condiciones morales y materiales que tal nobleza exige. Sedlo siempre. Hay que llevar en todas vuestras acciones, aun aquellas que se pasen fuera del diamante, la dignidad de aquel que respeta su propio cuerpo, de aquel a quien la práctica metódica y digna de ejercicios físicos ha dado el equilibrio constante de una mentalidad sana en un cuerpo sano.

Habéis aprendido a ganar y no sabéis lo que es perder, pero preparaos siempre para otros triunfos, pensando que el día en que llegue la derrota, no será pesado para vosotros, porque en toda lucha, el mejor ha de salir vencedor, y de la derrota sólo podemos, en sportivo, tratar de sacar, no cóleras ni desalientos, sino lecciones para otros triunfos. El día que penséis así y así viváis, habréis dado una lección sportiva a todos y seréis dignos de llamaros verdaderos jugadores de béisbol. He dicho»



(Publicado en mi columna del diario La Información: 27 - 5 - 89)


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