jueves, 11 de febrero de 2010

CRISIS DE LA ORATORIA POLITICA EN LA REPUBLICA DOMINICANA.
Por : Domingo Caba Ramos 


«Oratoria: Arte de emplear la palabra y el pensamiento de forma correcta y convincente, clara, elegante y persuasiva»

(Diccionario Rioduero de Literatura, tomo 1 )

Los mítines de cierre de campaña realizados por los tres partidos políticos mayoritarios en la pasada contienda electoral , me convencieron que verdaderamente la oratoria política en nuestro país se encuentra en crisis. Los grandes tribunos, aquellos que cautivaban a las multitudes con su verbo pletórico de elegancia literaria, con la palabra fluida, encendida , o con sus metáforas e imágenes impactantes , ya no existen.

Hoy brillan por su ausencia oradores como los que en tiempos pasados honraron la tribuna política y cuyos nombres yacen grabados con letras de oro en la historia de la elocuencia dominicana, y a la cabeza de los cuales hay que situar necesariamente al entonces llamado “Pico de oro”, Monseñor Fernando Arturo de Meriño (1833-1906), considerado por muchos como el más grande orador dominicano de todos los tiempos.

Acerca del estilo tribunicio del ex presidente de la República y otrora Príncipe de la Iglesia católica, apunta Balaguer lo siguiente:

«El secreto de su arte, de que podría denominar su técnica de tribuno, reside más en sus recursos que el gran orador usó con innegable maestría : el símil tomado de objetos familiares al auditorio ; la antítesis de conceptos y, con frecuencia, las contraposiciones de palabras; los aportes impresionantes con invocación frecuente a los poderes sobrenaturales; la presentación de contrastes de orden moral y la pintura de situaciones patéticas que arrebatan el ánimo y hacen que el oyente participe de la violencia pasional de que en muchos casos parece hallarse poseído aquel orador extraordinario» ( Los próceres escritores, 1971, pág.10 )

Y junto al arzobispo Meriño ocupan un lugar de primerísima importancia Eugenio Deshamps, Manuel Arturo Machado, Monseñor Adolfo Alejandro Nouel, Luis Conrado del Castillo, Arturo Logroño, Rafael Estrella Ureña, Joaquin Balaguer y José Francisco Peña Gómez; estos dos últimos, a nuestro juicio los más grandes y auténticos oradores dominicanos de la segunda mitad del siglo XX y principio del XXI.

Peña Gómez, después de Eugenio Deshamps, posiblemente sea el más extraordinario orador de multitudes que hemos tenido. Y en cuanto a Balaguer, bien podríamos afirmar que con su muerte desaparece el último gran tribuno dominicano. Después de él, es muy poco lo que hay que buscar.

Contrario a tan destacados y brillantes predecesores, los oradores que hoy escuchamos en la tribuna política carecen en su mayoría del don de la persuasión, de la espontaneidad y de la palabra elegante o preñada de arrebatos poéticos. En tal virtud, prefieren cambiar la frase impactante, la expresión de alto vuelo imaginativo, las ideas excitantes y la elegante construcción que despierta sensaciones y sentimientos en el oyente, por el insulto, la chabacanería, la grosería, las humoradas insípidas, los conceptos insustanciales o baladíes y las bazofias impertinentes o carentes de sentido.

En fin, nuestros actuales líderes políticos han optado por reemplazar el verbo conceptuoso o la expresión que eleva, sublimiza y concita el interés del público oyente por la idea despojada de esencia y emoción, o por las más inesperadas inmundicias verbales.

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