1 de 2
Por: Domingo Caba Ramos
(Palabras
de presentación del libro
Las décimas de Huchi Lora 11 (2/8/2018).
Ateneo Amantes de la Luz, Santiago de los Caballeros)
Cuando Carlos Manuel Estrella,
presidente del Ateneo Amantes de la Luz, me comunicó su deseo de que yo
presentara el libro que en esta noche nos convoca, Las décimas de Huchi Lora 11, sin pensarlo mucho, le contesté que
sí. Y así, afirmativamente, le respondí, por tres razones:
Primero, porque a una centenaria
institución cultural del prestigio histórico de este Ateneo, no se le dice que
no. Segundo, porque a un amigo que se aprecia, admira y respeta, como Carlos,
tampoco se le dice que no. Y tercero, porque un comunicador de la trayectoria e
integridad profesional de Huchi Lora, verdadero símbolo del periodismo
nacional, igualmente no podemos decirle no y, por ser así, merece que le
brindemos el apoyo y colaboración a cuantos proyectos se le ocurra; más si ese
proyecto es, como el que en esta ocasión me honro en presentar, de naturaleza
bibliográfica.
¿Por qué hablo de símbolo del
periodismo?
Sencillamente, por su larga trayectoria y alta
competencia mostrada en el ejercicio de su trabajo, y porque en medio de las
tentaciones y debilidades que bordean el oficio que por más de cincuenta años
ha desempeñado, Huchi ha sabido mantenerse firme, con la frente en alto, sin
sucumbir bajo el peso letal de los antivalores que de manera progresiva
erosionan y amenazan con desmoronar los
cimientos que les sirven de zapata a los más sanos y nobles valores de la sociedad
dominicana en general y de la comunicación social en particular.
1.
La décima: Origen
Antes de referirme al tema que nos
convoca esta noche, «Las décimas de Huchi Lora 11», quizás convenga realizar un brevísimo recorrido por
el fabuloso mundo de esa forma de expresión poética que unos llaman décima y otros espinela.
La décima, en
el género de la poesía popular, es la estrofa de mayor complejidad
estructural, comparable solo con el soneto, la estrofa por excelencia de la
poesía culta. Esa complejidad se debe no
solo a que sus versos tienen que ser todos octosílabos y la rima consonante,
sino por la naturaleza misma como dichos versos se combinan: primero con el
cuarto y el quinto, segundo con el tercero, sexto y séptimo con el décimo y
octavo con el noveno (abbaaccddc)
No se puede dudar que cuando la
vanguardia literaria irrumpió en Europa y luego en América, en los años
iniciales del siglo XX, abogando por la libertad expresiva, promoviendo el
verso libre y oponiéndole a todo tipo de reglamentación en la expresión
poética, fueran la décima y el soneto sus dos blancos de ataques favoritos.
Los orígenes de la décima se remontan
a los lejanos y finales años del siglo XVI. Nace en España, y su paternidad se
le atribuye al músico y trovador, además de sacerdote y novelista del Siglo de Oro,
Vicente Martínez Espinel (1550-1664). De ahí que a la décima, en honor a su creador,
también se le conozca con el nombre de “espinela”.
En la historia de la literatura
universal, Espinel aparece registrado como el poeta que por primera vez incluye
en un libro, «Diversas rimas» (1591), composiciones escritas en décima. Es a partir de este año cuando esta
estrofa se populariza con la rima que hoy se conoce. Espinel no solo fue el inventor de esta forma
estrófica, sino también su gran difusor. Y fue él quien fijó la rima y demás
elementos que conforman su estructura.
Tan pronto surgió, la décima se
convirtió en una de las estrofas de mayor aceptación en el ámbito español y,
cuando da el salto al continente americano (final del siglo XVI), fue la
preferida por los poetas, cantores o trovadores del llamado Nuevo Mundo, a
pesar de que junto a ella llegaron los romances, diversos cantares del folklor
español, y otras manifestaciones de la cultura hispánica. Su acogida y cultivo alcanzó en esta zona
mayores niveles en países como Cuba, Chile, Argentina, México, Colombia, Venezuela,
Perú, Panamá, Ecuador, Puerto Rico, Nicaragua, Uruguay y República Dominicana;
pero fue en este último territorio o parte española de la isla de Santo Domingo,
donde el verso popular en general y la décima en particular, desde los mismos
primeros años de la colonia, parecen haber prendido o calado más en el gusto y
aceptación de la gente.
Se cree que tal afición pudo haberse
debido a la influencia que ejercieron importantes poetas y escritores
peninsulares (Tirso de Molina, Juan de
Castellanos, Lázaro Bejarano, Eugenio Salazar de Alarcón…) que, provisional
o definitivamente, residieron en la isla hasta muy avanzado el siglo XVII.
A Bejarano, por ejemplo, se le
atribuye la autoría de unos versos satíricos en donde censura a los principales
personajes que intervinieron en el gobierno y en la vida social de Santo
Domingo durante los años en que aquí moraron. Esos versos, según Emilio
Rodríguez Demorizi (Poesía popular dominicana, 1998:14) «pueden considerarse, pues, como las primeras manifestaciones conocidas
de la poesía popular en Santo Domingo». En algunos de
ellos, como los que figuran en el poema «El purgatorio del amor», su
autor, con
maligna y crítica intención, alude directamente
al presidente de la Real
Audiencia, don Alonso Maldonado:
«También vide a Maldonado,
licenciado y presidente,
a la sombra de una fuente,
descuidado del cuidado,
que el rey le dio a su gente»
Por esa
razón, en su Panorama histórico de la literatura dominicana (segundo tomo), afirma Max Henríquez Ureña lo
siguiente:
«La musa
popular, que desde los primeros tiempos de la colonia se encargó de hacer
comentarios rimado de sucesos locales o la sátira contra encumbrados
personajes, encontró, al ser proclamada la independencia, nuevos y frecuentes
motivos de inspiración en la guerra ininterrumpida contra los haitianos y en
las alternativas de la vida política dominicana» (1966: 296)
Y con
no menos razón, el poeta y crítico dominicocubano, Luis Beiro, en su muy
documentado ensayo Panorama de la décima
(1990:31) escribe que: «El pueblo
dominicano a lo largo de su historia se apropió de la décima y la utilizó como
la parte más comunicativa para expresar su sentimiento nacionalista, su
nostalgia, su fe religiosa y motivos jocosos...»
Y yo, a las palabras de Beiro, les agregaría: la décima, históricamente, ha sido utilizada
por los dominicanos para expresar sus amores y desamores, sus penas y alegrías,
sus disgustos, esperanzas, sus resabios y frustraciones. Para expresar todo
esto, en fin, en el acento siempre rítmico, musical o cadencioso y pletórico de
gracias y humor de sus versos. Esta estrofa permite penetrar en el alma nacional,
conocer los elementos de la sabiduría popular y reaccionar contra los
desajustes sociales y las debilidades de las clases gobernantes.
2.
Expansión de la décima
Bejarano, como ya se estableció, sentó las
bases del verso popular en Santo Domingo. A partir de él, en diferentes puntos
del país, villas, campos y ciudades; pero especialmente en la zona rural,
surgieron numerosos cantores populares, muchos de los cuales eran completamente
iletrados; pero dotados de un talento natural y un dominio asombroso del arte
de la versificación, así como del repentismo o la improvisación. De algunos de
ellos, como fue el caso de Mesomónica, se llegó a decir que “casi hablaba en
versos”. Poetas que vestían el verso con
sus múltiples sonoridades y humor característicos para expresar sus sentires,
quejas, amores e impulsos internos a través de las dos manifestaciones por
excelencia del folklor poético dominicano: la
décima y la copla anónima.
Una gran cantidad de esos trovadores se
comportaron como verdaderos cronistas de sus tiempos, por cuanto en sus versos
era muy común que apareciera relatado el último acontecimiento ocurrido en la
comunidad. Como la espinela que sigue, de
inconfundible tono humorístico y sabor epigramático, en la que su autor, don
Alfredo Ramos, brillante bardo popular ya fallecido, nativo de la sección Monte
Adentro, Santiago de los Caballeros, destaca la gran sagacidad mostrada por los
ladrones al realizar sus pillas acciones:
«A un señor por
desventura,
lo mataron sin
piedad,
para con facilidad,
robarle la
dentadura,
pues como el ladrón
procura,
trabajar
curiosamente,
en un acto
sorprendente,
según lo menciona el
caso,
le dieron cuatro
balazos,
y le llevaron los
dientes.»
Los nombres de la mayoría de esos vates populares, unos apenas
trascendieron y otros fueron sepultados para siempre en el nicho del anonimato.
Solo algunos, gracias al peso de su ingenio y trascendente calidad de sus versos,
lograron perpetuarse en las páginas de la literatura dominicana. Entre estos
ocupan un lugar de primerísima importancia Mesomónica, Manuel Mónica o el
Maestro Mónica y el llamado Cantor del Yaque, Juan Antonio Alix (1833-1918), considerados
ambos por Rodríguez Demorizi como «Los más
altos y caracterizados representativos de nuestra poesía popular de antaño…»
A esa pareja de brillantes bardos, vale agregar
el nombre del santiaguero Luis Camejo, «el
cantor popular por antonomasia», como bien lo bautizó Agustín Aybar, y
quien a pesar de que ha sido considerado como el más grande epigramista
dominicano de todos los tiempos, continúa siendo el gran desconocido y
posiblemente más olvidado de todos nuestros grandes cantores.
A Mesomónica (siglo XVIII), Rodríguez Demorizi
lo describe como un «genial
improvisador», «mejor repentista» y «figura singular del folklore dominicano».
No sabía leer ni
escribir y asimiló la cultura del ambiente o se instruía asistiendo como oyente
a las cátedras que se impartían en la antigua Universidad Santo Tomas de
Aquino, actual UASD. Gran parte de sus versos, de los pocos que se
pudieron reunir, aludían a diferentes aspectos de la vida capitaleña, pero muy
especialmente a la situación o estado existencial en que se encontraban en un
determinado momento, como bien se aprecia en una de sus más celebradas
espinelas:
«Aristóteles decía,
filósofo muy profundo,
que en la redondez del mundo,
no se da cosa vacía,
miente su filosofía,
según lo que a mí me pasa,
él no sentara tal basa,
y lo contrario dijera,
si hoy el medio día viera,
las cazuelas de mi casa»
En cuanto a Juan Antonio Alix (1833-1918), «el más fecundo de nuestros juglares» y,
al decir de Joaquín Balaguer, «el más
regocijado de nuestros ingenios y el poeta que con mayor fidelidad ha traducido
en versos las peculiaridades y matices característicos de la sicología
dominicana», si bien su poesía alude a los más diversos tópicos de la
sociedad dominicana, son sus décimas de crítica social, y de indiscutible tono
epigramático, lo que más se destaca en su abundante producción. De él puede
afirmarse que la vida dominicana de la segunda mitad del siglo XIX y principios
del XX corre por sus versos.
La crítica de Alix es aguda, incisiva,
punzante; pero expresada con gracias o salero, manteniendo en todo momento el
tono humorístico y sin abandonar la forma de expresión típica del habla
cibaeña. Y así, mientras en una décima censura a los legisladores que no cuenta
con la instrucción requerida para desempeña el puesto que la sociedad puso en
sus manos:
«-Dime, querido Vidal,
tú que eres medio letrado,
para ser buen diputado,
a un Congreso Nacional
¿debe ser hombre leal,
de inteligencia y decoro?
No sea penguinche, Teodoro,
que para un congreso ir,
no hay más que saber decir,
corroboro, corroboro»
En otra
satiriza fuertemente la conducta oportunista e inescrupulosa de quienes
pretenden lograr todo sin incurrir en sacrificio o aprovechándose del esfuerzo
de los demás:
«Dice don
Martín Garata,
persona de alto rango,
que le gusta mucho el mango,
porque es una fruta grata,
pero treparse en la mata,
y verse en los cogollitos,
y en aprietos infinitos...,
como eso es tan peligroso,
él encuentra más sabroso,
coger los mangos bajitos»
Como se puede apreciar, cada verso de Papa Toño,
como afectivamente también lo llamaban, era como una especie de latigazo dejado
caer en el costado de un sistema social y político que no siempre funcionaba
del todo bien.
Al igual que Juan Antonio Alix, Luis Camejo, utilizó
el verso popular para referir y satirizar los más disímiles eventos de la vida
santiaguera de su tiempo. Sus versos, no siempre expresados en décimas, eran
verdaderos puyazos o saetas verbales dirigidas con gracias y maestría
inigualables al cuerpo de sus víctimas. Por eso no ha de extrañar que su único libro
de versos publicado se titule Puyas de
la jabilla (1936). En una de esas “puyas”,
el genial epigramista cuenta la forma de como una mujer intentó pagarle parte
de los honorarios al abogado que le brindó sus servicios profesionales:
«Dos gallinas, de honorarios,
le prometió a su abogado,
la hermosa y linda Rosario,
por su divorcio intentado,
y al llevarle al licenciado,
una sola, en vez de dos,
él, seguido reclamó,
diciendo: me falta una,
y ella contestó: ninguna,
porque la otra soy yo»
(Continuará…)
Publicado en Diario Libre en fecha 17/10/2025)