martes, 16 de febrero de 2016

DIECINUEVE AÑOS Y PARECE QUE FUE AYER

 Por: Domingo Caba Ramos.


 «Hay muertos que van subiendo, 
cuanto más su ataúd baja...» 

 (Manuel del Cabral)

 Todo, lo alegre y lo triste, ocurrió entre los días quince y dieciséis de febrero de 1997. El primero de esos días, en las primeras horas de la tarde, partimos rumbo al corazón de la sierra a celebrar el cumpleaños de una de mis cuñadas (Josefina), en uno de los restaurantes ( Cafeto ) ubicados en La Cumbre, Puesto Grande, del municipio de Moca.

 Y allí, desbordante de alegría, estaba ella (doña Librada) compartiendo el gratísimo momento junto a sus hijos y nietos.

 Allí estaba ella, alegre como siempre, gentil como siempre, dinámica como siempre, tierna como siempre.

 Allí estaba ella, arrullada por el canto armónico de las aves vagabundas y acariciada por el aire puro de la montaña.

 Allí estaba ella, observando con singular concentración el vuelo cansado de las garzas y dilatando sus agotadas pupilas para enterrar su retina envejecida en el vientre del inmenso y maravilloso paisaje del Valle cibaeño.

 Allí estaba ella, desbordante de alegría, tanto que parecía que era ella la que año cumplía.

 Pero en las primeras horas de la mañana del día siguiente (domingo 16), un infarto fulminante y traicionero paralizó los latidos de su enfermo corazón, sembrado de tristeza, angustia y dolor el antes regocijado espíritu de unos parientes en cuyas mentes jamás pudo anidarse la idea de que tan inesperado desenlace podría producirse inmediatamente después de la tan festiva y ya referida celebración.

 Un día como hoy, hace ya diecinueve años, se materializó tan infausta y dramática partida; más a todos nos parece que fue ayer, esto es, nos parece que aún vive. Y al percibirla así, siempre le diremos con las palabras del poeta:

 “Eras sencilla y dulce; eras tan buena,
 que nada para ti nunca pediste,
 tu caudal de bondad lo repartiste,
 con toda el alma de ternuras llena.” 

 Y así fue: todo un caudal de bondad, amor, ternura, paz y comprensión fue lo que en vida supo repartir. Por eso, tres años después de su muerte, escribe uno de sus nietos (Pedrito):

 "Pero el tiempo me quitó tu presencia,
 el tiempo,
 me quitó tu paz,
 el tiempo me quitó tu complicidad…"

 Y como si se resistiera a aceptar la partida definitiva de su abuela adorada, el nieto eleva el tono lírico de sus versos para decirle en el más elegíaco y confidencial de los acentos:

 "Estarás conmigo 
cada vez que la vida,
 me pida elegir entre el hombre y el dinero
 ¡sí, abuela!
 entre tú y la nada 
¡sí, abuela! 
entre lo que amo y lo que odio
 ¡sí, abuela!
 por el amor a ti 
y el amor a la gente."

 Y como a ella, a su abuela, a mi madre, todos la percibimos viva, diecinueve años después de su muerte no tengo más que confesar con los versos del poeta:

 “Es verdad que ha muerto;
 pero en mis actos está intacta,
 pero en mis sueños está intacta,
 pero en todas mis emociones está intacta...”

 Paz a sus restos.

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