(A mi fenecida y siempre recordada madre : doña Librada)
Por: Domingo Caba Ramos.
Aunque el amor materno parece ser el mismo en todos los seres, racionales e irracionales, lo cierto es que en términos de la extensión de ese amor, existen marcadas diferencias. Los rasgos comunes del amor expresado por una y otra madre pueden resumirse como sigue:
La madre mujer, con inigualable ternura arrulla, amamanta y alimenta a sus criaturas. Lo mismo hace la madre animal (gata, gallina, leona, perra…).
La madre humana, con celo incomparable, cuida y protege a sus retoños. Lo mismo hace la madre irracional.
La madre racional se torna nerviosa, tensa y desesperada cuando pierde el contacto con sus inocentes vástagos o percibe que la vida de uno estos peligra. Lo mismo le sucede a la madre irracional.
La madre pensante enfrenta a todo ser que pretenda producirles daños a sus niños. Igual conducta adopta la madre animal.
Pero no obstante esos rasgos comunes, en la manifestación del amor de una y otra madre, como ya se explicó, se aprecian notables diferencias:
El amor de la madre humana es eterno, nunca termina, esto es, la madre mujer, diferente a la animal, siempre será madre. Nunca abandonará a sus hijos aunque hayan dejado ya de ser niños. Siempre los protegerá, siempre les bridará su materna ternura, independientemente de su edad y crecimiento.
La madre irracional, por el contrario, abandonará a sus hijos en el mismo momento en que estos demuestren que pueden valerse por sí mismos. Así lo describe magistralmente José Joaquín Fernández Lizardi (1776 – 1827), padre de la novela hispanoamericana, en su obra Periquillo Sarmiento (1987, pág. 152):
« ¡Con qué constancia no está la gallina – afirma Fernández Lizardi - lastimándose el pecho veinte días sobre los huevos! Cuando los siente animados, ¡con qué prolijidad rompe los cascarones para ayudar a salir a los pollitos! Salidos estos, ¡con qué eficacia los cuida! ¡Con qué amor los alimenta! ¡Con qué ahínco los defiende! ¡Con qué cachaza los tolera, y con qué cuidado los abriga! »
Pero no solo las gallinas, « Pues a proporción hacen esto mismo con sus hijos – aclara Fernández Lizardi – la gata, la perra, la yegua, leona y todas las demás madres brutas; pero cuando ya sus hijos han crecido, cuando ya han salido de la edad pueril, y pueden buscar el alimento por sí mismos, al momento acaba el amor y el chiqueo, y con el pico, dientes y testas, los arrojan de sí para siempre. No así las madres racionales. ¡Qué enfermedades no sufren en la preñez! ¡Qué dolores y a qué riesgos no se exponen en el parto! ¡Qué achaques, qué cuidados y desvelos no toleran en la crianza! Y después de criados, esto es, cuando ya el niño deja de serlo, cuando es joven y pude subsistir por sí solo, jamás cesan en la madre sus afanes, ni se amortigua su amor, ni fenecen sus cuidados. Siempre es madre, y siempre ama a sus hijos con la misma constancia y el mismo entusiasmo»
« Si obraran con nosotros como las gallinas, y su amor solo durara a medida de nuestra infancia – concluye el novelista – todavía no podíamos pagarlas el bien que nos hicieron ni agradecerlas las fatigas que les costamos, pues no es poco el deberlas la existencia física y el cuidado de su conservación»
¿Qué mensaje nos
quiere transmitir Fernández Lizardi en los párrafos precitados?
Sencillamente que el
amor de madre es eterno, nunca termina. Y tan eterno es, que aún después de la
muerte, la madre, desde su morada del más allá,
parece continuar cuidando, protegiendo y
vigilando los pasos de cada uno de sus hijos.
¡Felicidades a
todas las madres dominicana en su día!