jueves, 30 de junio de 2016

RECORDANDO A MIS COMPAÑEROS NORMALISTAS EN EL “DÍA DEL MAESTRO"

Por : Domingo Caba Ramos
                                          Vista general de mis compañeros de promoción en la Normal "Núñez Molina"

 En un verano y caluroso junio, como el que actualmente trascurre, nos graduamos de Maestro Normal Primario en la Escuela Normal “Luis Núñez Molina”, de Licey al Medio. Aquí permanecimos dos años internos sometidos a la rigurosidad de una férrea disciplina, así como a la intensidad y alta complejidad de los estudios normalistas.

Allí se nos formó para el oficio magisterial, tanto que a pesar de mis estudios pedagógicos de licenciatura y maestría en la UASD, siento, sin desconocer la sólida formación docente recibida en estos dos niveles universitarios, que donde verdaderamente se me enseñó a ser maestro fue en la Escuela Normal.

 Al residir en el mismo recinto durante veinticuatro meses, con mis compañeros de estudio se establecieron relaciones de verdaderos hermanos, vínculos que siempre pensamos se extenderían más allá del tiempo y el ambiente educativo. Pero ¡oh ironía de la vida! Después de graduados, a la mayoría de estos compañeros jamás los he vuelto ver y ninguna noticia de ellos he obtenido. Lo más que he sabido es que algunos no permanecieron por mucho tiempo ejerciendo la docencia, estudiaron otras carreras, se dedicaron a otros quehaceres o abandonaron el país.

 A todos ellos, dondequiera que se encuentren, vayan mis saludos, recuerdos entrañables, afectos de siempre y abrazos fraternos hoy, en el “Día del Maestro”

RECORDANDO A UN MAESTRO EN EL "DÍA DEL MAESTRO"

 (A mi Maestro Celso Benavides)

 Por: Domingo Caba Ramos.

 “No es maestro quien no se identifica con lo que hace ni conoce lo que enseña” 
(Celso Benavides)

                                                                                    Dr. Celso Benavides

 « ¡Ha muerto Celso Benavides! ¡Ha muerto un sabio! ¡Ha muerto un gran Maestro!» - proclamé aquella calurosa tarde de agosto del 2012, cuando me enteré de la muerte del Maestro.

 Abogado, lingüista, investigador, Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, profesor meritísimo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y uno de los académicos de más sólida formación lingüística de la República Dominicana, con su muerte el país pierde a un maestro de inigualables virtudes y quien con mayor entrega y rigor reflexivo asumió la enseñanza de la lengua.

 Humilde, metódico, exigente, disciplinado, organizado, puntual, responsable, competente y cumplidor, todo en grado sumo, son solo algunos de los rasgos que definen el perfil profesional de este sabio educador.

El nombre de Celso Benavides quizás le suene y diga muy poco a quienes no han estado vinculados al mundo académico y, de manera muy particular, a la UASD. No así, a todos aquellos que tuvimos la honra y privilegio de tenerlo como maestro y saborear el dulce néctar de sus sabias enseñanzas.

Fue él un verdadero MAESTRO de maestros, así con mayúscula. El maestro que no solo se complacía con informar o dar conocimientos, sino que formaba en valores, forjaba conciencias y enseñaba métodos de estudios que contribuyeran al desarrollo individual del estudiante. El maestro que tuvo la virtud de marcar positivamente a cada de los discípulos que recibimos sus orientadoras lecciones. Porque, ¿qué estudiante, especialmente de Educación y Lingüística, no recuerda con aprecio y respeto a este consagrado y digno educador? ¿Qué enseñante dominicano por él formado no se siente comprometido a poner en práctica las enseñanzas transmitidas por su antiguo maestro y pregonar pletórico de orgullo: “Yo fui alumno de Celso Benavides”?

De Celso podemos decir con toda propiedad que enseñó “con la actitud, el gesto y la palabra”, como lo recomendara la educadora e insigne poetisa chilena, Gabriela Mistral. Que en su edificio mental, como es común en el comportamiento de todo sabio, la vanidad nunca encontró posada. Y que si existiera en nuestro país un premio a la “Excelencia Docente”, a él habría que otorgárselo; aunque ya de manera póstuma.

Andrés L. Mateo, brillante escritor y también profesor de la UASD, minutos después del fallecimiento del doctor Benavides, escribió acerca de este lo siguiente:

“No es un nombre sonoro, vida de bajo perfil público, pero un hombre consagrado a la enseñanza de la lengua española y a la lingüística, cuya obra todo el que vive en el mundo académico dominicano reconoce. No exagero si digo que su nombre está ligado a los poquísimos enseñantes de la lengua que en nuestro país alcanzan el grado de la excelencia profesoral. Dedicado, minucioso, perspicaz y profundo, por sus diestras orientaciones atravesaron una enorme cantidad de los profesores dominicanos que hoy sirven al sistema educativo. Autor de libros de lingüística y enseñanza del español, profesor meritísimo de la UASD, es un ejemplo de vida dedicada a la construcción del bien común.” (Tomado de su muro en Facebook, viernes, 11/8/2012)

Poseía el maestro Benavides un elevadísimo sentido de la calidad que rayaba en el perfeccionismo. Por esa razón se llevó a la tumba la mayor parte de su dilatado saber, dejando así de publicar la cantidad de libros que todos hubiéramos deseado. Apenas escribió dos textos, de extraordinario valor para el conocimiento de la lengua, y pioneros en su género: Fundamentos de historia de la lengua española (1985) e Introducción a la Lingüística General (1986), escrito este último en colaboración con el profesor Carlisle González Tapia.

Cuando me enteré de su muerte, a mis labios afloró la misma interrogante que pronunciara el brillante bardo nicaragüense Rubén Darío, cuando al enterarse de que José Martí, uno de los precursores del movimiento literario por aquel fundado, el Modernismo, había muerto en combate, preguntó casi en forma automática: “¿Maestro, que has hecho?”

 Cuando me enteré de su muerte, igualmente se me ocurrió preguntar: ¿Por qué, maestro, decidiste abandonar tan de repente este complejo pero agradable mundo de los mortales?

 Hasta ese momento estuve convencido de que en verdad existían muertes repentinas, quizás porque había olvidado las sentenciosas palabras de ese genio del verso español llamado Francisco Quevedo y Villegas y las cuales yacen resumidas en el siguiente cuestionamiento:“¿Cómo puede morirse de repente quien desde que nace ve que va corriendo la vida, y lleva consigo la muerte?”

 ¡Hasta luego Maestro!, te decimos, cuatro años después de tu sentido fallecimiento, quienes tuvimos el alto privilegio de haber sido tus discípulos, tanto a nivel de grado como de posgrado, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

Que tus restos gocen del descanso eterno y sean siempre iluminados por las mismas luces con las que tú supiste alumbrar las mentes oscuras de tantas generaciones de estudiantes. Inclinados reverentemente ante la tumba en la que descansan tus restos, nos despedimos de ti con las mismas palabras utilizadas por la maestra y poetisa dominicana, Salomé Ureña, para honrar la memoria del eximio pensador y educador puertorriqueño, Eugenio María de Hostos:

“Te vas, pero germinará la simiente que dejas en el surco y los frutos del porvenir se fecundarán con las sabias de tus doctrinas pedagógicas. ¡Adiós!, cuando en las horas tranquilas que te esperan bajo otro cielo, acuda a tu memoria un pensamiento de amargura en el cual palpite el nombre de mi patria, piensa también que hay en ella corazones amigos que te recuerdan y almas agradecidas que te bendicen”.