Por : Domingo Caba Ramos
«Salimos
perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se
llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras»
(Pablo
Neruda)
En el año
2009, un amigo, excompañero de estudio de la primera maestría impartida en el
CURSA/UASD, y exdirector de este alto centro de estudios, un buen día me motiva
para que por fin sometiera a la Universidad el anteproyecto de investigación
con miras a la redacción definitiva de la tesis correspondiente que por
diversos motivos, y quizás también por descuido, no había presentado hasta ese
momento. Tanto entusiasmo mostró en su aparente sentida sugerencia, que
hasta se puso a la disposición para ofrecerme las orientaciones que yo pudiera
necesitar. En tal virtud, me solicitó que tan pronto tuviera listo el texto del
precitado anteproyecto, se lo enviara para evaluarlo y notificarme así las
puntualizaciones pertinentes.
Vía
correo electrónico, un año después, le envié copia del susodicho anteproyecto.
Como veía que los días pasaban y no recibía respuestas, lo llamo y le pregunto
si recibió el mensaje.
«-Sí, lo
recibí – me contestó –. Tan pronto lo lea te llamo o te remito mis
observaciones por la misma vía»
Todavía estoy
esperando la llamada y las prometidas observaciones.
Sietes meses
después, ya resuelto el problema, me encuentro con mi otrora condiscípulo. Un
abrazo y un saludo afectuoso, pero acerca del anteproyecto de investigación: ni
una sola palabra.
Otro amigo
llama un viernes cualquiera y me dice:
«-Espérame
mañana sábado, a las 9 a.m. que urgentemente necesito consultarte algo»
A pesar
de que no podía esperarlo, por razones de compromisos laborales, lo hice, dado
el carácter “urgente” del problema que lo afectaba. Esperé, esperé y esperé;
pero mi «enllave» nunca llegó.
Al día
siguiente, domingo, me encuentro con él en una de las playas de la costa norte
de nuestro país. Se bañaba junto a su entonces prometida en las turbulentas y
siempre frescas aguas del océano Atlántico. Tan pronto me vio, se acercó a mí,
me saludó con inigualable cortesía, afecto y deferencia, y me habló de todo,
menos del «plantón» que el día anterior me había dado. Ni una sola excusa, ni
una sola palabra para justificar la falta cometida.
Al ver
que no lo hizo, me vi obligado a recordarle su acto de irresponsabilidad:
«Créeme – le dije con inocultable ironía y no menos molestia - que
te envidio, admiro y felicito de todo corazón. Los sinvergüenzas como tú, nunca
sufren de hipertensión ni mueren del corazón…»
Casos como
los antes citados se repiten diariamente, y su materialización pone de
manifiesto un hecho bastante preocupante: la palabra, en República Dominicana,
está muy, pero muy en crisis.
Ya pocos
sienten orgullo o se interesan por cumplirla. La crisis de valores barrió con
ella. Quedar bien o mal da lo mismo. Cumplir es lo mismo que incumplir. El
culto a la palabra empeñada, que con tanta vehemencia nos enseñaron los
mayores, hace tiempo se borró de nuestro universo mental. «Hay que
salir del paso». «Hay que allantar». «Hay que vivir la vida». «Hay que
evitar la fatiga». Hay que evitar, como recomiendan los estoicos, todo lo
que nos provoque intranquilidad y desasosiego. La «Ataraxia» parece
ser la palabra clave de la regla de juego de los nuevos tiempos.
Las
excusas suplen el vacío de las palabras incumplidas; pero para los
incumplidores, las excusas sólo valen o encuentran espacios en los cerebros
inferiores.
Cada día que
amanece comenzamos a operar como si estuviéramos dirigido por un ser invisible
que durante todo el día nos repite: «Si puedes cumplir con tus
palabras, hazlo. De lo contrario, no te mueras por eso…»
«Todo está en
la palabra», escribió
Pablo Neruda. Pero eso sería así en los tiempos del laureado chileno, poeta y
Premio Nóbel de Literatura.
Hoy, en los
tiempos de la globalización, postmodernos y del Hombre Light, el planteo
nerudiano parece letras muertas. O tal vez tuvo parcialmente razón el
brillante bardo, por cuanto como parte de ese «Todo…» que a su decir concentra
la palabra, está todo lo negativo.
Diario Libre : 11/7/2025
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