jueves, 4 de septiembre de 2025

FALSAS CREENCIAS ACERCA DE LA FORMA DE HABLAR Y BAILAR MERENGUE DEL CAMPESINO DOMINICANO


Por : Domingo Caba Ramos

Con el título de «¿El merengue se bailó descalzo y con machete?» (Diario Libre,3/9/2025), acabo de leer un artículo escrito por el sociólogo y comunicador Juan Cruz Trifolio, el cual me pareció sumamente importante, tanto por su claridad expositiva como por la relevancia del tema tratado. Versa dicho trabajo periodístico acerca de la falsa idea que en nuestro país se tiene, y que falsamente se le ha transmitido al mundo, consistente en que el campesino dominicano baila o bailó nuestro merengue típico (“perico ripiao”) descalzo y con machete al cinto. Y yo les agregaría a estos atuendos: con pantalones remangados y sombreros de cana, los hombres; y con un voluminoso vestido multicolores y turbante o paño en la cabeza, las mujeres, que en nada representa el traje típico dominicano.

El texto del conocido comunicador atrapó mi atención, por cuanto alude a un fenómeno de la cultura dominicana que, por la distorsión que entraña su expresión, siempre ha despertado mi curiosidad e interés, y originado que, en contextos académicos, yo lo haya colocado con muchas frecuencias en la mesa de discusión. A tono con este decir, valoro los juicios de autores tan autorizados como Fadrique Lizardo y Rafael Solano, citados por Trifolio, quienes coinciden al señalar que "La representación gráfica para fines turísticos del campesino bailando el merengue, descalzo, con machete a la cintura y sombrero puesto, es falsa".

Y es falsa, reafirmo yo; porque como bien lo establecen dichos autores, según lo expone Cruz Trifolio, a mí me consta, por experiencias vividas, que realmente «Los campesinos cibaeños asistían a sus bailes dominicales de enramada…vestidos con sus mejores galas, las mujeres con zapatos de tacón bajo y los hombres con zapatos o alpargatas». Nunca, agrego yo, descalzos.  

Proyectar, entonces, la imagen de unos bailadores campesinos provistos de un “faldón” multicolor, descalza y un “turbante” de adorno en la cabeza (las damas), y un pantalón remangado, sombrero de cana y “colín “dentro de una baqueta y sujeto a la cintura (los caballeros) es presentarles a los turistas que nos visitan y a la actual y futuras generaciones de dominicanos, una imagen distorsionada de la identidad cultural del pueblo dominicano.

El merengue típico siempre ha tenido mayor cultivo y difusión en los campos del Cibao. Yo nací en las entrañas de un campo cibaeño perteneciente al municipio de Moca. Cuando niño me acercaba tímidamente a los locales adonde se tocaba “perico ripiao”. Y que yo recuerde, nunca, nunca vi a mis vecinos mayores proyectar, mientras bailaban, tal imagen gráfica. Ya un joven, participé en bailes típicos en otros pueblos del Cibao, e igualmente no recuerdo haber visto a ningún bailador con semejante perfil.

Vale aclarar que nuestros hombres del campo solo usaban sombreros de cana cuando realizaban sus faenas agrícolas, jamás en una fiesta. En las galas, el sombrero de tela era lo que primaba.  Lo mismo debo decir de la mujer campesina: el “turbante” o paño enrollado alrededor de la cabeza era utilizado fundamentalmente en el momento en que ella ejercía sus quehaceres domésticos. En las actividades formales de carácter públicos (bodas, fiestas, cumpleaños, etc.), el pelo de las damas se exhibía al descubierto e impecablemente acicalado.

Por último, y para desmontar la falsa imagen del colín o machete enganchado en la cintura del campesino bailador, bastante ilustradora es el juicio del afamado folklorista Fradique Lizardo, citado también por el articulista que nos ocupa:

"A todo el que iba a una fiesta lo desarmaban en la entrada del lugar a fin de evitar encontronazos o escenificación de hechos que pudiesen terminar en sangre. Al final, las armas eran devueltas a sus propietarios. Por eso, entre otras cosas, créanme que no entiendo para qué se representa, gráficamente, al campesino bailando merengue con un machete en la cintura…"

Y sobre lo expresado en el párrafo precitado, yo puedo dar fe, también por experiencias propias. Los bailes típicos en mi campo y en todos campos del Cibao eran muy intensos y efusivos. Las emociones, activadas por la ingesta de alcohol, se tornaban desbordantes y hasta cierto grado incontrolables, manifestación del ánimo que solían degenerar en sangrientos enfrentamientos.   Quizás por esto tuvo mucha razón el expresidente dominicano, Ulises Francisco Espaillat (1823-1878), cuando impulsado por su aristocrática visión del mundo, al decir de Emilio Rodríguez Demorizi, «pensaba que el merengue afectaba demasiado el sistema nervioso y que dejaba el achaque de no poder dominar la imaginación…» (Música y baile en Santo Domingo, 1971:136)

 Como medidas preventivas entonces se apelaba al recurso expuesto por Lizardo: desarmar a los hombres cuando ingresaban al lugar adonde el baile se celebraba, y devolverles las armas al final. ¿Qué significa esto? Sencillamente, que ningún hombre podía bailar con un “colín” embanquetado sujeto al cinto; pues mientras danzaba, su arma, blanca o de fuego, yacía celosamente guardada en un lugar hasta que este se marchara o la fiesta terminara.

¿Todos los campesinos dominicanos hablan con la /i/?

Cuando se habla de vocalización cibaeña en el contexto de las particularidades de lengua hablada en los pueblos del Cibao, se hace alusión a la pronunciación de las l -r como i en posición final de sílaba y de palabra (“doblai”, por doblar; “coimado”, por colmado; “caitera”, por cartera, etc.). Con este fenómeno fonético ocurre algo igual o parecido a lo que sucede con la imagen del bailador rural dominicano de épocas pasadas. Se tiene la falsa convicción de que todos los campesinos dominicanos hablan con la i. Por esa razón, cada vez que un humorista o actor representa a un habitante rural, lo hace empleando siempre las particularidades o formas expresivas propias de la lengua campesina cibaeña.

 En tal virtud, si al hablar alguien articula la /i/ en vez de la /l/ o la /r/, diciendo, por ejemplo; “voivei”, por volver, a su interlocutor se le escuchará de inmediato corregir: «Tú pareces del campo…» en lugar de: «Tú pareces cibaeño…», pues debe entenderse que la vocalización o hablar con la i es un rasgo fonético distintivo, no de una zona específica de la región cibaeña, sino de la región completa. Y que cuando uno de nuestros humoristas, cantantes, etc. imita la expresión campesina, articulando constantemente la /i/ en lugar de la /l/ o la /r/, no está reproduciendo el habla campesina dominicana, sino el habla campesina cibaeña. A tono con este planteo, el connotado lingüista, profesor y ensayista dominicano Carlisle González, plantea lo siguiente:

«Existe una creencia tradicional mediante la cual se considera como expresión campesina dominicana únicamente la variante dialectal cibaeña. Por lo menos, esa es la conducta que se aprecia en los medios de comunicación social, fundamentalmente, en la radio y la televisión, cuando un hablante (actor o actriz), (se dedica a imitar el habla campesina o representa a algún personaje campesino…» (El habla campesina dominicana, 1999: 2/3).

  E interesado en que quede clara la idea de que la variante dialectal del Cibao no representa el habla del campo dominicano en general, el doctor González, y exprofesor uasdiano, concluye indicando que:

«En resumen, para nosotros el habla campesina dominicana deberá comprender todas las manifestaciones lingüísticas que han usado y usan en su comunicación ordinaria todas las personas que han nacido y se han criado en las distintas zonas rurales de nuestro país» (ídem, 4)

miércoles, 3 de septiembre de 2025

CARTA ABIERTA A UN QUERIDO Y ADMIRADO LADRÓN

Por: Domingo Caba Ramos

Mi querido y respetado ladrón:

 Si te resultas difícil aprovecharte de lo que no es tuyo, por favor, no cometas el error de robar poco: un puerco, un carro, una pasola, un pavo, o simplemente llevarte un salami de un supermercado. No, por favor, no lo hagas, pues además de los golpes que te pueda dar la Policía, corres el riesgo de que te tranquen en la cárcel y no haya forma de salir de ella. Además, te ficharán, te rechazarán socialmente y dirán que eres ladrón.

No, mi apreciado y admirado ladrón. Cuando de nuevo decidas robar, especialmente si se trata de bienes del Estado, trata de que sea dinero, y que la cantidad supere los mil millones de pesos. De esa manera, nadie se atreverá a golpearte, miles de dominicanos te alabarán y defenderán lo que hiciste, el Ministerio Público se acercará a ti, negociará contigo y tú solo tendrás que devolver PARTE de los millones robados.

Y si por casualidad te “meten preso”, tú puedes estar seguro de que a más de siete años no te condenarán. Al final, tú quedarás libre, vistiendo saco y corbata podrás desplazarte en tu yipeta último modelo, y todos seguirán llamándote «honorable». ¡Oh!, se me olvidaba. Si en el proceso puedes demostrar que eres cuñado, hermano, primo o pariente de algún expresidente de nuestro país, mucho mejor; más consideración y mayor respeto lograrás.

Finalmente, y como se dice ahora en la jerga juvenil: «Llévate de mí…», y me declaro siempre a tu orden.

 

domingo, 31 de agosto de 2025

EN TORNO A LA MUERTE DEL POETA HERNÁNDEZ FRANCO

 

En torno a la muerte del poeta Hernández Franco
Por: Domingo Caba Ramos.

 

EL 20 de julio del 2014 fue inaugurado en el municipio de Tamboril el mausoleo en donde descansarían, a partir de ahí, de manera definitiva, los restos del laureado poeta y escritor, nativo de esta comunidad, Tomás Hernández Franco, autor de uno de los poemas capitales de la literatura dominicana, Yelidá (1942). Nació el también cuentista y ensayista el 29 de abril de 1904, y falleció en la ciudad de Santo Domingo el 1 de septiembre de 1952.

 

Por considerarlo de interés, y en virtud de cumplirse próximamente el 73 aniversario de su muerte, nos permitimos reproducir la reseña del sepelio, publicada en el diario La Información, el interesante artículo que dos días después de la muerte del poeta escribiera en su honor Máximo Lovatón Pittaluga, así como los versos de elegíaco acento del afamado maestro y poeta, Ramón Emilio Jiménez. La Información reseñó el infausto y fúnebre acontecimiento como sigue :

 «El sepelio de Hernández Franco fue manifestación de duelo. La villa de Tamboril vistió crespones ayer en honor de su esclarecido hijo. 

 

El cadáver de don Tomás Rafael Hernández Franco, periodista, escritor, poeta y orador de gran relieve dentro y fuera del país, fue trasladado ayer mismo, desde “Ciudad Trujillo” hasta su hogar de la villa de Tamboril, en donde los despojos mortales fueron recibidos por deudos, familiares y amigos, constituyéndose la comunidad de Peña en profundo duelo para rendir póstumo homenaje a la memoria de quien fue, indudablemente, uno de los más conspicuos de sus munícipes, tanto desde el punto social, cultural y político.

En las primeras horas de la tarde se conglomeraron en Tamboril centenares de personas, tanto de la localidad como de Santiago, Moca, La Vega, “Ciudad Trujillo” y de otras ciudades y pueblos, de donde numerosas personas acudieron a testimoniar sus afectos al desaparecido y a su distinguida familia, dando así cálida expresión al profundo sentimiento de pena que se ha producido en todos los círculos intelectuales y sociales del país con tan irreparable pérdida.

A las cuatro de la tarde se inició el acto del sepelio, partiendo la extraordinaria comitiva fúnebre desde la casa mortuoria, en la calle “Presidente Trujillo” (hoy Real), hasta la iglesia San Rafael, en donde fueron oficiados solemnes funerales.

Desde la iglesia se inició de nuevo el desfile fúnebre por la misma calle, hasta el cementerio, en donde se llevó a cabo la inhumación. En el trayecto, la banda municipal de música de la villa ejecutó varias piezas fúnebres. Sobre la recién abierta tumba fueron depositadas ofrendas florales, exponentes todas del afecto familiar y amistoso que siempre supo conquistar el intelectual desaparecido.

Nuevamente hacemos votos por el descanso eterno del compañero ido, y reiteramos nuestros votos de condolencia a todos sus deudos, muy especialmente a su viuda, doña Amparo Tolentino, a su hijito Tomasito, a sus hermanos Marino, Rafael Tomás, Villón, Melba, Mirtha y Mary Cruz, su suegro don Vicente Tolentino Rojas y demás que en una u otra hayan sido afectados por tan infausto suceso»

 LA INFORMACIÓN 
2 de septiembre de 1952.

TOMÁS HERNÁNDEZ FRANCO : POSITIVO VALOR NACIONAL (*)

Por: Máximo Lovatón Pittaluga.

«Para escribir despidiendo de la vida terrena a quien fuera maestro fecundo y lúcido de la expresión, se necesitaría readquirir el estro, por la muerte perdido, de aquella sublime inspiración que ya no alienta.

No es posible pasadas apenas horas, la pérdida del genial inspirado hacia lo eterno, expresar en las formas escritas de las cuales fue artífice superior cuanto el alma quisiera manifestar en desbordados sentimientos para el amigo querido que era también el admirado exponente del arte literario.

Para hablar de Tomás Hernández Franco en vida, bastaba con la descripción de su excepcional talento, de su personalidad atrayente, intranquila, de bohemio y de señor, aristócrata de la expresión y el espíritu que cubriera con alegres alardes de aldeana sencillez. Pero hoy, para evocar no la figura, el impresionante recuerdo de un Tomás H. Franco, votiva de la vida que la muerte misma recibió sorprendida, imaginamos una ceremonia solemne en estrofas mayores, en cónclaves de elegidos a donde oficiaría Darío, Verlaine, y Bazil bajo el presidiun conmovido de Honorato Balzac.

Era Tomás Hernández Franco el múltiple talento dominicano que en todas las manifestaciones del arte o ensayos de la expresión apareció triunfal sin preocupaciones ni esfuerzos porque chispazos de genio había en su tranquila personalidad.

Era Tomás Hernández Franco, el dominicano que traspasó triunfal las fronteras literarias, la más genuina expresión del talento en los trópicos de Hispanoamérica. Es el cuentista que deleita, el orador tonante en la barricada política, festivo en la charla del culto salón, de austera expresión, de seriedad en el Ateneo, la más ática y fácil de las plumas que militaron en el periodismo dominicano por espacio de más de 25 años y el mismo que nos sorprende y provoca desconcertante admiración con YELIDA, su maravilloso poema en versos, gloria verdadera de las letras nacionales, escasamente conocido en este nuestro medio a donde impera el sórdido materialismo, injusto a veces con nuestros positivos valores. Yelidá sólo consagra el nombre de Hernández Franco entre los grandes poetas de América» (septiembre, 3/1952)

(*) -    Reproducido en mi otrora columna del diario La Información el 26 de abril de 1989

A TOMAS HERNÁNDEZ FRANCO. (Soneto)
Por: Ramón Emilio Jiménez

«Luces de ingenio, en ocasión geniales,
fueron en él aliento vigoroso,
poesía, inquietud, todo a raudales,
bondad, locura, sueño, todo hermoso.

Brilló en la prensa, defendió ideales,
con actitud viril y ánimo airoso,
lo saludaron músicas triunfales,
y todo le sobró, menos reposo.

Reposo espiritual para ser fuerte,
serenidad de que se halló vacía,
su joven alma por extraña suerte.

Honda fiebre de mundo le absorbía,
y vivió en esa fiebre hasta que un día,
halló serenidad, pero en la muerte»

(PUBLICADO EN DIARIO LIBRE 21/8/2025)

JUAN RINCÓN, LA MUERTE DEL CANALES, LOS IMPUTADOS ANTIPULPOS Y LA JUSTICIA DE SANTO DOMINGO


«¿Quiénes son los justos y quiénes los injustos? Si la justicia internacional de veras existe, ¿por qué nunca juzga a los poderosos? No van presos los autores de las más feroces carnicerías. ¿Será porque son ellos quienes tienen las llaves de las cárceles?»

Eduardo Galeano

Por: Domingo Caba Ramos.

La historia de Juan Rincón aparece magistralmente relatada por el eximio escritor tradicionalista, César Nicolás Penson (1855 – 1901), en “La muerte del padre Canales”, una de las diez tradiciones que conforman su emblemática obra Cosas añejas (1891). Constituye dicho relato el más fiel retrato de las debilidades ético - morales que históricamente han afectado al sistema judicial de la República Dominicana. Y revela la magistral y muy aleccionadora narración que la justicia dominicana siempre ha sido la misma: la piedra angular o el brazo poderoso que ha servido de soporte al régimen de impunidad que durante los últimos años tanto se ha criticado y combatido.

El protagonista de la historia es Juan Rincón, un matón compulsivo, especialista en asesinar mujeres; pero que, debido al peso de un tío socialmente influyente, casi siempre lograba evadir la justicia o quedar libre del castigo de la ley. Descrito por el narrador como “un ente raro”, “un monstruo” que “acaso padeció lo que llama manía de sangre”, y cuyo origen arrancaba “de familias muy distinguidas, las primeras de esta capital…”, Juan Rincón asesinó a su primera esposa encinta; pero «Esta primera hazaña quedó impune, merced acaso a lo distinguido de su familia y a las influencias que hizo o no hizo valer en su favor su tío el Deán… Ya antes dizque había metido a una hija suya en un sótano»

Después de cometer estos hechos, pudo libremente huir hacia Puerto Rico, país donde no tardó en contraer nupcias por segunda vez. Con la nueva esposa, una noche sostuvo una discusión, y la amenazó con hacerle lo mismo que a la primera. La mujer procedió “a denunciar al lobo”. Las autoridades boricuas entran en acción, y Juan Rincón es apresado y despachado a su patria; pero al llegar aquí, lo dejaron libre, “¿cómo no?, por respetos de su tío el Deán”.

 Y una vez aquí, su insaciable sed de sangre lo impulsó a elaborar una lista con los nombres de las personas (treinta en total), a las que habría de matar en el futuro, encabezada por el padre Juan José Canales, el cual, antes de ser sacerdote, había ejercido como abogado contrario a los intereses del matón. El crimen contra el sacerdote se perpetró como estaba planificado y Juan Rincón, ¡por fin!, es sometido a la justicia. Cuando el juez del crimen le preguntó al prevenido:

 «— ¿Quién mató al padre Canales?», acto seguido el monstruo asesino, impasible y con tono fiero respondió:

« —¡La justicia de Santo Domingo!»

 Sorprendido el magistrado, procedió, esta vez con voz severa, a preguntarle de nuevo al imputado:

«— Conteste usted, con respeto a la justicia, ¿quién mató al padre Canales?»

 «— He dicho - insistió el asesino - que la justicia de Santo Domingo, porque si cuando yo, agregó con tono sentencioso e insolente, maté a mi primera mujer embarazada, me hubieran quitado la vida, no habría podido matar al padre Canales»

Merced a tan contundente respuesta, el narrador introduce una crítica reflexión que no podía ser más aleccionadora en un momento, como el actual , en el que la justicia dominicana adolece de las mismas fallas y debilidades que la justicia de los tiempos de Juan Rincón:

«Jamás inculpación más grave ni más sangrienta se arrojó a la faz de los hombres de la ley. Era un cargo que contra sí Rincón hacía, pero con el fin de apostrofar a la justicia humana por su culpable lenidad dejando impune un crimen atroz por atender a mezquinas consideraciones sociales y a influencias malsanas de valedores poderosos, que lograron hacer irrisoriamente nula la acción de la ley. ¡Lección tremenda para quienes pierden el respeto a esta y a la sociedad, vulnerando los fueros de la una y burlando a la otra para burlar a entrambas, haciéndose realmente con semejante lenidad más criminales que el criminal que pretenden sustraer a la acción reparadora de la justicia!»

 En pocas palabras, ese es el contenido profundo del precitado e histórico texto, de nuestro afamado tradicionalista y fundador del primer diario dominicano: «El Telegrama». Una historia, que como ya se expuso al principio del presente trabajo, nos presenta la más fiel radiografía del sistema judicial dominicano durante la segunda mitad del siglo XIX. Un sistema de justicia que muy poco o nada ha cambiado a pesar del largo tiempo transcurrido, y que a todas luces semeja ser el mismo o bastante parecido al que hoy rige en la República Dominicana. El mismo que, por insuficiencia de pruebas, declaró recientemente “no culpables” a trece (13) de los veintiún (21) imputados en el caso de corrupción Antipulpo.

El mismo sistema, en fin, en el que tres juezas condenaron al principal acusado del ya referido caso, a solo a siete años de prisión, a pesar de haber incurrido en delitos tan graves, tales como soborno, tráfico de influencias, uso de documentos falsos, desfalco, lavado de activos y asociación de malhechores, delitos que según el tribunal le generaron ingresos superiores a los cuatro mil millones de pesos.

¿Qué pasará entonces – se pregunta el pueblo – con los demás expedientes marítimos (Coral, ¿Medusa, Caracol…) pendientes de sentencias definitivas?

Y yo respondo, no sé si de manera pesimista o realista: exactamente lo mismo que ha ocurrido con la sentencia acerca del caso antipulpo.

Visto el resultado de este decepcionante o mal valorado dictamen, estoy muy convencido de que cuando en los tribunales de la  República Dominicana se conozca un nuevo caso de corrupción, cuando el juez de crimen pregunte al imputado: «¿Quién desfalcó al Estado dominicano?, la respuesta de este no se hará esperar:

«— ¡La justicia de Santo Domingo, señor magistrado!, porque si los primeros dominicanos que sustrajeron fondos públicos hubieran sido debidamente sancionados, hoy yo no habría podido robarle ni un solo centavo al Estado»

(Publicado en Diario Libre en fecha 21/8/2025)